Red Palante!

libertad para los presos políticos y sociales * cárcel para los fascistas, mafiosos y violadores
 

Radiografía de la cárcel en Colombia

Presos Políticos - Patio No. 2
Penitenciaria Nacional Modelo
Cúcuta, Norte de Santander
Octubre 15: Día Internacional del Preso Político

Estar prisionero es estar condenado al silencio forzoso; a escuchar y leer todo cuanto se habla y se escribe sin poder opinar; a soportar los ataques de los cobardes y verdugos que se aprovechan de nuestras circunstancias para irrespetar, atropellar y perseguir a quienes estamos indefensos y hacen propuestas que si no fuera por encontrarnos imposibilitados materialmente tendrían rechazo inmediato.

Todo esto lo tenemos que sufrir con valor, serenidad y prudencia como parte del sacrificio y la amargura que todo ideal exige. Pero hay veces en que es indispensable decidirse a vencer los obstáculos porque resulta imposible guardar silencio sin que nuestra humanidad se sienta lastimada. No redactamos estas líneas para ganar ovaciones como las que tantas veces se otorgan con exceso de méritos aparentes, y al gesto teatral que se le rinde a los omnipotentes y se les niega a aquellos que tratamos de hacer cumplir el sagrado derecho de ser libres y vivir con dignidad. Esto lo hacemos porque nuestra conciencia es recta y por la consideración, respeto y lealtad que debemos tener al pueblo.

En un país como Colombia, en el que la historia nos ha demostrado que la desigualdad, la represión, el crimen estatal, la desaparición forzada, el desplazamiento y el encarcelamiento siempre han sido la constante en este reino de indiferencia, donde la posibilidad de ser libres se hace cada día la más cruda pesadilla. Todos aquellos que nos resistimos a sucumbir en el fango de la injusticia y nos oponemos a quienes la generan, estamos sometidos a tener que ingresar a la cárcel, pues este estado, obedeciendo órdenes del régimen, tan solo se dedica a perseguirnos y condenarnos a las terribles pesadillas que esta produce.

Siempre ha sido costumbre a lo largo de la nuestra historia tener que resignarnos a gobiernos totalitarios cuyo propósito principal es construir la desigualdad social, la opresión, la miseria y la persecución. En tiempos como este, algunas instituciones del estado sólo se dedican a elaborar leyes para negar los derechos a los ciudadanos, reelegir a los verdugos para que continúen cumpliendo las ordenes del imperio y para fortalecer a los poderosos cada día más, así tengan que recurrir a los métodos más desatinados como la guerra, la violencia y la “seguridad democrática”.

Todo aquel que piense en luchar por defender la libertad siempre ha sido sometido a persecuciones en las que el establecimiento siempre ha sido el que impone a la fuerza de las armas para salvaguardar los intereses y los de sus compinches. La democracia en Colombia siempre ha sido un sofisma de distracción para engañar a los desprotegidos, siempre pregonan el desarrollo y aplican el terror; el gobierno acompañado de sus doctrinas maquiavélicas, arremete contra todo aquel que legítimamente ejerce el derecho a oponerse y a expresarse libremente, enjuicia a todos quienes se rebelan contra el sistema, estigmatiza el desarrollo de cualquier actitud que vaya en pro del cambio social al que debe someterse cualquier estado.

La dignidad humana, el carácter, la razón y el pensamiento son elementos que permiten ubicar a la especie humana como la más sublime del reino animal. La dignidad nace con el nombre, también el hombre nace limpio y libre pero la sociedad capitalista lo empantana y lo esclaviza, Los principios universales nos pertenecen, estamos en la obligación de cultivarlos y hacerlos producir diariamente, independientemente de la situación que estemos atravesando porque la dignidad ni la libertad se pueden vender.

El régimen autoritario nos impide difundir y promover nuestros nobles ideales, aparte de arrebatarnos la libertad pretende cercenar nuestros derechos civiles y lo que es peor, los derechos políticos, pero seguiremos en pie de lucha, no nos resignaremos a perder nuestra razón de ser, por que es mejor vivir con dignidad y no vivir arrodillados.

El Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario de Colombia (Inpec) es la institución encargada de velar por nuestra integridad física, moral y espiritual, pero por todos los medios esta entidad intenta quebrantar nuestra noble forma de pensar y menoscabar nuestra condición de ser humano, nuestros sueños, nuestras metas y nuestra necesidad de vivir, sin embargo siempre vivimos alegres, esperando lo mas anhelado: nuestra libertad.

Recientemente, el Inpec, en cabeza de su director nacional, esgrimió un lema reconociendo que la dignidad de los seres humanos no se puede violar. ¡Qué gran mentira! Pues mientras en los carcomidos muros de estas mazmorras aparecen frases alusivas a este principio, la realidad es otra. Si estas mismas paredes hablaran darían testimonio de las atrocidades que se aplican en estos sitios. Para el Inpec, el prisionero no tiene ningún valor, todos los días sus derechos son vulnerados, la ley del bolillo, el grillete y el calabozo se imponen por encima de la razón.

Para el estado, y particularmente para esta institución, los presos no podemos pensar. Razonar y opinar es un delito y hay que castigarlo pero en la misma prisión. A pesar de estar en el siglo 21, las cárceles de hoy son semejantes a las de la edad media. Hombres y mujeres de diferentes clases sociales, culturales, políticas y étnicas, convivimos en estos destartalados y detestables socavones, envejecidos y deteriorados por las inclemencias del tiempo. Son diversas las expresiones que cubren nuestro rostro. La angustia, la desolación, la tragedia, el desespero y la incertidumbre son clara muestra de nuestra condiciones de vida. El jíbaro (vendedor de droga), el soplador (drogadicto), el que está pendiente de que le hagan la vuelta, el homicida, el traficante, el rebelde o simplemente aquel al que la vida nada le importa.

En diferentes direcciones se ven las miradas que deambulan perdidas observando las descoloridas paredes del penal. Muchas de estas miradas se aferran a la esperanza de tener la visita de un ser querido, la espera de buenas noticias que pueda traerle su defensor, la posibilidad de hacer un buen “comercial” para satisfacer una necesidad. Mientras tanto, otras se tiñen en desesperanza por no encontrar salidas jurídicas a sus procesos, tampoco tienen cómo resolver sus dificultades económicas al interior del penal, simplemente porque quienes dirigen y administran la institución impiden manejar dinero, así sea en la mas mínima cantidad. En Colombia 75 mil seres humanos estamos viviendo en condiciones infrahumanas, 75 mil mundos diferentes tras unas rejas trancadas con candados y tornillos, aislados de otros hombres vestidos de azul oscuro que intentan dominarnos haciendo alarde de sus radios de comunicación, sus bolillos, los perros amaestrados, sus gases lacrimógenos, y sus armas prestas a disparar contra una población indefensa y con el anhelo de que el mando superior les ordene asaltar los patios y la dignidad de quienes estamos confinados allí.

Una clara muestra son las permanentes requisas que más bien deberían llamarse operaciones de hurto y destrucción, pues cada vez que esto sucede acostumbran llevarse algunas de nuestras pertenencias y lo que no se sustraen es arrojado al suelo, lo desordenan y lo pisotean con las botas negras de cuero usadas por una pata militar.

La dignidad del hombre, el sentimiento de rebeldía y la aspiración a ser libres son las estrategias de los que queremos hacer de nuestra patria una nación mas humanitaria, pero organismos del estado como el Departamento Administrativo de Seguridad (órgano de la Presidencia de Colombia que hace funciones encubiertas de policía judicial y de inteligencia), la Seccional de Policía Judicial, el Ejército Nacional, la Policía Nacional, el Inpec y otros, prefieren que de la cárcel no salgan hombres con pensamiento propio. El propósito de estas instituciones es convertir a los seres humanos en robots o máquinas que renieguen de su pasado y se arrepientan de haber soñado ser libres.

Los sábados y especialmente los domingos, nos vestimos con lo mejorcito que tenemos, nos sentimos alegres por la posible visita de un ser querido o cualquier amigo, pero esta alegría se trunca por que la guardia del Inpec, obedeciendo órdenes o sus caprichos, en muchos casos, restringen e impiden el acceso de nuestros visitantes. Ellos generosamente y con sacrificio se esfuerzan por obsequiarnos un plato de comida diferente a lo que cotidianamente se consume aquí, pero sin consideración alguna también son restringidos o peor aun arrojados al piso o decomisados; de igual manera los manoseos indecentes en el momento de la requisa son indignantes; con gran sevicia, nuestros familiares y amigos son sometidos a malos tratos, porque según los funcionarios del Inpec, nuestros allegados hacen parte de los grupos delincuenciales o rebeldes y por lo tanto no merecen respeto o trato digno.

Las cárceles en Colombia se pueden catalogar como bodegas para almacenar hombres y mujeres a quienes tratan de manera denigrante. El estado y su hijo ciego, el Inpec, con sus políticas represivas, excluyentes y corruptas, tan solo pretenden ocultar la dignidad y la resistencia humana.

Otro de los derechos vulnerados es la resocialización. Los artículos 9 y 10 del Código Nacional Penitenciario establecen que el fin fundamental de la institución es hacer del preso un ser útil a la sociedad. Para lograr ese objetivo hay que capacitar al interno, pero la norma está muy alejada de la realidad. En este aspecto el Inpec desconoce a mucha gente interesada en elevar su nivel de conocimiento.

En un país como el nuestro se captura y se priva de la libertad a cualquier persona sin orden de la autoridad competente, luego se condena por el simple señalamiento de un renegado que brinda y se somete a ley de “justicia y paz”. De este modo hacen morir los sueños de un padre que anhela sacar a sus hijos adelante, luchando desde el seno del hogar por forjarles un futuro más llevadero.

En Colombia, cuando un ciudadano se anima a trabajar por la escuela de su vereda, por el arreglo de un camino, por el puesto de salud, por la canchita para hacer deporte, porque una entidad financiera le otorgue un crédito a un agricultor pobre, para que a la vereda llegue la energía, la educación, la salud o para que los miembros de su comunidad tengan vivienda digna, el estado ordena su captura y lo tildan de rebelde o peor aún lo señala de terrorista. Este es el estimulo que el gobernante brinda a todo aquel que con su esfuerzo, sacrificio y trabajo se propone a fundar un patrimonio que le permita sobrevivir con su familia.

De los servicios públicos ni hablar; el Inpec ni siquiera garantiza un servicio de agua acorde a nuestras condiciones; la alimentación no corresponde a una dieta adecuada para los seres humanos.

En cuanto a salud, los medicamentos que nos suministran no pasan de ser simples calmantes, además la mayoría de personal contratado para este servicio carece de ética profesional y relaciones humanas. La educación, la formación y la información de los reclusos están bajo la tutela de la televisión, el fútbol, las novelas y los reality shows son el pan de cada día que se sirve en la mesa de la cultura carcelaria, al estilo colombiano: “pan y television para tener dormida a la gente”.

Con la recreación y el deporte sucede igual; el deporte es reducido a la más mínima expresión, esto no pasa de juegos de fútbol dentro del mismo patio, un parqués, un dominó, un juego de cartas y una mesa de pool. No se cuenta con personal idóneo que maneje el área de educación física; la única opción de los internos es hacer práctica de calistenia, un método para combatir el sedentarismo y evitar los estragos de la mala alimentación.

En conclusión, la cárcel la podemos comparar con el infierno, con la diferencia que aquí se castiga al hombre y a la mujer sean o no culpables, en cambio al infierno sólo van los que no tienen fe; la cárcel es un problema de todos, no solamente los que estamos presos, lo es también para nuestros familiares y amigos, para los miles y miles de desplazados, para la juventud que por no tener un norte que le permita encaminar su futuro tiene que sumarse y rebelarse contra el régimen y finalmente entrar a engrosar los grupos de prisioneros; algo semejante ocurre con la mujer, pues para no dejar morir a sus hijos de hambre tiene que sumirse en el mundo de la prostitución, la drogadicción y el alcohol, y finalmente corre la misma suerte de nosotros.

El campesino, el indígena, el sindicalista, el obrero y en general todos aquellos que trabajamos por la libertad y la dignidad somos sometidos a compartir nuestra vida en medio de cuatro paredes.

Desde esta mazmorra, convocamos a todos los pobres de Colombia a compartir con nosotros lo único que poseemos, el descontrol mental, moral y espiritual, pero con la esperanza y la seguridad de que seguiremos luchando por un país más igual y menos excluyente, donde antes que nada predomine la dignidad humana.

Desde estos sótanos saludamos y recordamos a Nelson Mandela y a los comandantes Fidel Castro y Hugo Chávez, quienes antes de colocarse al servicio del pueblo tuvieron que pasar por la amarga experiencia de la cárcel.

Agradecemos a nuestras familias, a nuestros amigos por los gestos de solidaridad demostrados hacia nosotros; los invitamos a tomar conciencia y a organizarnos decididamente para que contribuyan de manera desinteresada en la construcción del socialismo como única alternativa para salvar la humanidad.

¡Un mundo nuevo es posible!