La Alemania que juzgó
a los criminales de guerra nazis

En la Alemania Occidental, genocidas y asesinos del fascismo hitleriano estuvieron encaramados en puestos claves del gobierno, del ejército y el comando de la OTAN. Por ejemplo, en 1952 el 66% de los funcionarios del Ministerio de Asuntos Exteriores del gabinete de Adenauer habían sido miembros del partido nazi; hasta bien entrados los años sesenta hubo 23.000 ex empleados de Hitler en las instituciones de la RFA; también 9000 fiscales venían de la siniestra época del nazismo; solamente entre abril y octubre de 1950, fueron liberados 950 criminales de guerra.

En cambio, la República Democrática Alemana implantó una política totalmente distinta y aplicó con vigor las leyes contra los asesinos nazis. En el período de mayo de 1945 hasta febrero de 1971 fueron llevadas a juicio y condenadas 12.825 personas acusadas de crímenes de guerra y genocidio, de las cuales 118 fueron sentencias a muerte, 231 a cadena perpetua, 5.088 a penas de reclusión de más de tres años. Entre los condenados se encontraban:

Con estos datos se ve bien que fue Alemania Oriental la que juzgó y condenó a los caníbales hitlerianos, a su aparato de poder y a toda la base económica que le dio sustento y apoyo. Y lo hizo durante 25 años después de terminada la guerra cumpliendo con implacable justicia la advertencia que los gobiernos de la URSS, Estados Unidos y Gran Bretaña hicieran a los oficiales y soldados alemanes y a los miembros del partido nazi el 2 de noviembre de 1943 que aquellos que fueran declarados culpables de crímenes de guerra serían irremediablemente castigados. Esta declaración llevaba las firmas de Stalin, Roosevelt y Churchill, respectivamente jefes de Estado de las futuras potencias vencedoras.

El estado que construyó la Alemania Democrática se forjó con dirigentes que estuvieron en los campos de concentración de Buchenwald, Dachau, Bergen Belzen, Bautzen y otros y que fueron un claro símbolo de la resistencia a la dictadura alemana. Porque quienes creen y piensan que no hubo oposición al nazismo en la propia Alemania, podemos brindar una pequeña cantidad de nombres que por el lugar que ocuparon y el papel que desempeñaron son auténticos representantes de lo mejor del pueblo alemán que cayó víctima del terror fascista: los comunistas Ernst Thälmann, John Schehr, Anton Saefkow, Theodor Neubauer; los socialdemócratas Rudolf Breitscheid, Wilhelm Leuschner y Julius Leber; los oficiales patriotas como el capitán general Ludwig Beck, el coronel Claus Graf Schenk von Stauffemberg y el teniente Harro Schultze-Boysen; cristianos como el prepósito capitular Bernhard Lichtenberg y el profesor de teología Dietrich Bonhoeffer.

En su corta, pero riquísima historia, la RDA logró resolver numerosos problemas fundamentales: se realizó la igualdad de derechos de los ciudadanos, quedó garantizado el pleno empleo, la enseñanza y la medicina gratuita, el acceso a la ciencia, la cultura y el deporte, a la habitación, a los servicios sociales y al transporte público prácticamente gratuitos. Ningún país capitalista ha otorgado la seguridad social que la RDA garantizaba a su población bajo el socialismo, sin lujos, sin miserias, sin pobrezas y sin explotar el trabajo de un solo obrero.

El fin de la RDA marcó el comienzo de la locomotora de la globalización imperialista en toda la línea y al desarrollo de una contrarrevolución mundial que implicaron planes que bestias como Bismarck y Hitler nunca hubiesen imaginado. El imperialismo alemán occidental se tragó a su vecina, con lo cual dejó de existir la décima potencia económica del mundo cuya industria de alta calidad y tecnología estaba valuada en 650 mil millones de marcos. Miles de funcionarios, docentes, directores de empresas, científicos fueron barridos de sus empleos, se instauró una caza de brujas anticomunista y los antiguos dirigentes del estado, del partido y de los servicios de seguridad fueron declarados enemigos públicos de la Alemania unificada y sometidos a juicios por espionaje contra su antigua enemiga. Lo peor de todo son los injustos procesos contra los que efectuaron actos de lucha y resistencia a los nazis, y a los que, en su momento, juzgaron y condenaron a los hitlerianos a la hora de pagar su culpa por los horrendos crímenes cometidos en la represión a la oposición a Hitler y por los desastres que hicieron en la guerra. En los territorios de la antigua Alemania socialista, el derrumbe de la economía fue total y los millones de marcos invertidos para la reorganización estructural no pudieron evitar el cierre de miles de empresas, el desempleo masivo, y que el abatimiento, la desolación, la desesperación y el desaliento por la falta de perspectivas presentes y futuras sirvieran de base para el resurgimiento de los grupos neofascistas con sus discursos y ataques racistas.

El caso de la antigua RDA, que nunca se toma en cuenta para estudiar el impacto de la globalización en Europa, provocó los mismos resultados desastrosos que en nuestros países, donde la privatización, la desregulación, la apertura y la nueva moneda barrieron a las industrias, a las cooperativas agrícolas, a la educación pública, la ciencia y los centros de investigación. Tampoco se la menciona en informes de Naciones Unidas como si la reunificación hubiese sido un proceso sin costos, sin sufrimientos, como algo normal y que a nadie hubiese afectado. Se silencia por completo el brutal aniquilamiento de la antigua RDA, que con todos sus errores, fue un país que siempre brindó asilo político a los movimientos de liberación nacional de América Latina, Asia y Africa, fue un firme bastión y garantía de la paz en Europa. Hoy muchos de los que en Latinoamérica son funcionarios de gobierno deben agradecer a la RDA por brindarles ayuda y protección a sus vidas de las dictaduras militares.

Al mismo tiempo, muchos de sus hospitales atendieron a los combatientes heridos en las guerras contra los países colonialistas por independencia nacional. Por eso, el imperialismo internacional, aprovechando los sucesos de la caída del muro, la apertura de las fronteras, de la propia incapacidad de las autoridades de Alemania Oriental para controlar la situación y a la traición final de su antigua aliada la Unión Soviética de Gorbachov, terminó por demolerla y así aplicar sus planes expansionistas en Europa que se pusieron en práctica con la destrucción de la Federación yugoslava, donde los pueblos de este país plurinacional se exterminaron entre sí, con la partición de Checoslovaquia y la final disolución de la Unión Soviética. Si Hitler soñaba con el corredor del Danzig, los nuevos dirigentes alemanes pusieron su atención rumbo a los Balcanes y a la búsqueda de una salida al mar Mediterráneo, por lo cual, ellos fueron los principales instigadores de la catastrófica guerra civil yugoslava.

Del basurero de la historia aparecen los revanchistas que vuelven a cuestionar las fronteras occidentales de Polonia, los acuerdos de Yalta y de Postdam, alientan a grupos neonazis y neofascistas, que como ha ocurrido en Austria, donde se le da participación plena en el gobierno, se proclaman los nuevos campeones y defensores de los valores democráticos; rechazan los resultados y los alcances de la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial sobre el fascismo hitleriano, siguen negando el holocausto, los campos de concentración y reivindican a quienes perpetraron la mayor masacre de la historia donde la recordada y nunca olvidada RDA hizo auténtica justicia con los asesinos alemanes y sus cómplices. Pero aún no estamos caminando el último camino.