Crítica de las tesis modernas del "ultraimperialismo"

Mate Zalka
Comisión de Relaciones Internacionales
Partido Comunista de España (reconstituido)

Las tesis contemporáneas que ponen el énfasis en la mundialización, el neoliberalismo o las transnacionales, así como en la integración económica, los bloques militares o en las instituciones económicas internacionales son variantes modernas del "ultraimperialismo" que criticó Lenin, y deben ser combatidas también hoy día.

Entre esas mismas teorías "ultraimperialistas" hay que añadir la que considera al imperialismo estadounidense como la única superpotencia hegemónica, sin tomar en consideración que por más que los Estados Unidos sean la potencia imperialista más fuerte, existen otras potencias (fundamentalmente Alemania y Japón) que no se someten a su dictado y le pretenden arrebatar su hegemonía. Lenin definió al imperialismo actual, a diferencia de otros imperialismos de épocas anteriores, precisamente porque no existía el dominio indiscutido de ninguna superpotencia en solitario, sino que varias de ellas rivalizaban por la supremacía. Tanto la clase obrera como los pueblos y naciones oprimidas de todo el mundo, en sus luchas revolucionarias no encuentran solamente al imperialismo de los Estados Unidos, sino también a los otros Estados imperialistas.

Si hay alguien que piense de otra forma, considerando que la hegemonía estadounidense carece de rival en la actualidad, deberá concluir afirmando que hemos superado la etapa imperialista a la que Lenin se refería, y que hemos entrado en otra fase nueva, distinta. El Partido Comunista de España (reconstituido) considera que eso no es en absoluto cierto y que seguir esas tesis puede llevarnos a cometer graves errores: el imperialismo no es sólo fase superior del capitalismo, sino también la última, tras la cual sólo espera el socialismo o, en palabras de Lenin, el imperialismo es la antesala de la revolución proletaria.

En el prefacio al folleto de N. Bujarin La economía mundial y el imperialismo, Lenin escribió: "Sin embargo, ¿se puede discutir que después del imperialismo es concebible en abstracto una nueva fase del imperialismo, a saber, el ultraimperialismo? No. Semejante fase sólo se puede concebir en abstracto [...] No cabe la menor duda de que el desarrollo marcha hacia un trust mundial único que absorberá todas las empresas sin excepción y todos los Estados sin excepción. Pero el desarrollo marcha hacia eso en tales condiciones, a tal ritmo y con tales contradicciones, conflictos y conmociones -en modo alguno solamente económicas, sino también políticas, nacionales, etc.- que antes, sin falta de que se llegue a un solo trust, a una agrupación ultraimperialista de los capitales financieros nacionales, el imperialismo deberá reventar inevitablemente y el capitalismo se transformará en su contrario".

En su polémica con Kautsky, Lenin abordó ampliamente el problema en parecidos términos: "La tesis errónea del ultraimperialismo tiene graves consecuencias políticas. Tiende a negar la posibilidad de romper la cadena imperialista en sus 'eslabones' más débiles, de desarrollar la revolución socialista y la construcción del socialismo en un país o en un grupo de países. Enmascara el desarrollo de las contradicciones que constituyen el pivote de la lucha antiimperialista. Los movimientos antiimperialistas y por el socialismo deben utilizar al máximo estas contradicciones" (Lenin: La consigna de los Estados Unidos de Europa).

Las distintas variantes actuales del "ultraimperialismo" sostienen que a la etapa imperialista le sucede otra nueva, en la que la lucha de los capitales financieros nacionales entre sí es sustituida por las alianzas y los acuerdos para la explotación común de todo el mundo por el capital financiero unido a escala internacional. Según esa teoría, una de las contradicciones básicas del imperialismo ha desaparecido en la actualidad: de la rivalidad se ha pasado al acuerdo.

Siguiendo a Lenin, nuestro partido considera que hoy día también es errónea la concepción del imperialismo como una pirámide, en cuya cúpula se asientan omnímodamente los Estados Unidos como potencia hegemónica, y a cuyo dictado se someten todos los demás Estados imperialistas. La principal característica del imperialismo moderno es la competencia de imperios rivales. Lenin insistió en que eso era lo verdaderamente novedoso del imperialismo actual, frente a las épocas anteriores caracterizadas por la hegemonía absoluta de una única potencia: "El monopolio de Inglaterra pudo ser indiscutido durante decenios. En cambio, el monopolio del capital financiero actual se discute furiosamente; ha comenzado la época de las guerras imperialistas" (Lenin: El imperialismo, fase superior del capitalismo).

Nosotros estamos convencidos de que el imperialismo no es un bloque homogéneo sino que, por el contrario, exacerba todavía más las contradicciones del capitalismo. El imperialismo no se puede analizar desde la perspectiva de una sola superpotencia hegemónica, ni desde ninguno de los aspectos concretos (militares, financieros) con que en la actualidad lo suelen contemplar los grupos pequeñoburgueses y pacifistas, porque significa olvidar tres factores que Lenin tomaba en consideración: la ley del desarrollo desigual, la de los eslabones débiles de la cadena imperialista y las contradicciones internas entre las potencias imperialistas.

Esto no quiere decir que no hayan surgido fenómenos nuevos, como la mayor internacionalización de las fuerzas productivas, los fabulosos flujos internacionales de capital, la tendencia de los países imperialistas al establecimiento de alianzas más duraderas que en otras épocas, etc. La creciente integración imperialista, concretada en acuerdos como la Unión Europea, la OTAN, el FMI, la OMC, el Banco Mundial, etc., es una realidad que debemos tener muy en cuenta.

Esos organismos internacionales que controlan y refuerzan las exportaciones de capital han introducido normas de "consenso" que suavizan aparentemente los choques entre las grandes potencias. También garantizan protección a los capitales internacionales, para evitar la intromisión unilateral de una de las potencias en perjuicio de las demás. Otro de los principios que tratan de establecer esas organizaciones internacionales es el de la igualdad, ofreciendo las mismas oportunidades a todos los monopolistas, independientemente de su país de origen y tratando de evitar la creación de regiones económicas sujetas a la exclusividad de ninguna potencia. Finalmente otra de las funciones esenciales que han impuesto ha sido la reducción de la protección arancelaria, lo que ha provocado una fuerte expansión del comercio internacional y de los flujos de capitales.

No cabe duda de que la integración interimperialista es el resultado de un aumento gigantesco del grado de concentración de la producción y del desarrollo de las fuerzas productivas que ha traído consigo la revolución científico-técnica, así como de la necesidad de encontrar unas condiciones óptimas para las gigantescas inversiones de capital de los monopolistas más fuertes.

También es cierto que hoy la intervención del Estado ya no es la misma. Antiguamente la mayor parte de las exportaciones de capital eran préstamos, que si bien provenían de monopolios privados, el Estado aparecía directamente como prestamista frente al exterior. Hoy los capitales privados se mueven por sí mismos amparados en la práctica eliminación de las barreras arancelarias. Pero no ha desaparecido la intervención del Estado, ni siquiera puede decirse que haya disminuido: sólo ha cambiado su forma, porque no circula ni un solo dólar por el mundo sin el amparo de una bayoneta. La omnipresencia del dólar en todo el mundo es correlativa a la presencia militar americana por doquier, y durará lo mismo que ella.

Pero sobre todo cabe decir que hoy el proteccionismo y la autarquía se han transformado en su contrario. Las grandes potencias promueven la llegada de capitales extranjeros saneando los balances públicos: déficit cero, balanza de pagos equilibrada, reducción de impuestos e incluso subvenciones. Hoy la intervención del Estado en la competencia imperialista no es a través de los aranceles, pero sigue existiendo, incluso con más fuerza que antes en la política fiscal, la política monetaria, etc.

Sin embargo, continúa siendo cierto que el capitalismo está sometido a la ley del desarrollo desigual, de modo que las empresas, los sectores industriales y los países no evolucionan uniformemente sino a saltos. Mientras unos avanzan rápidamente, otros entran en crisis, por lo que los acuerdos no se pueden mantener indefinidamente; se rompen y se plantea un nuevo reparto. Ese reparto, finalmente, sólo se puede resolver por la fuerza, por las armas, por la guerra. Como decía Lenin: "Bajo el capitalismo no se concibe otro fundamento para el reparto de las esferas de influencia, de los intereses, de las colonias, etc., que la fuerza económica general, financiera, militar, etc." (El imperialismo, fase superior del capitalismo).

El imperialismo pretende un reparto del mundo cuando el mundo ya está repartido. Por eso resulta absurdo hablar de "mundialización" sin tener en cuenta el fraccionamiento y la regionalización, que son las tendencias realmente significativas. Hoy ya no hay áreas a las que el capitalismo no alcance; no hay regiones vírgenes a las que poder expandirse y, por eso, los países más adelantados también son codiciados por los demás Estados imperialistas. Es la guerra de todos contra todos.

Pero tampoco el militarismo puede aislarse de las demás facetas imperialistas. Sin duda es una de las principales características del imperialismo en general y del imperialismo de los Estados Unidos en particular. Sin embargo, la potencia militar, la fabricación y utilización de las armas, incluso las de alta tecnología, dependen siempre del potencial económico y de otros factores sociales y no deben, por consiguiente, ser absolutizados.

No se puede hablar de integración si no se alude a su opuesto, la desintegración, que es la tendencia principal y más importante del imperialismo, la que marca el verdadero sentido de los acontecimientos mundiales.

En un mundo ya repartido, nuevos repartos sólo son posibles cuando la correlación de fuerzas cambia. Naturalmente que los Estados y los monopolistas se ponen de acuerdo para suavizar la competencia y evitar que sus luchas intestinas degeneren en conflictos y guerras. Es lo que sucedió tras la Segunda Guerra Mundial con Bretton Woods y la formación de todas las instituciones financieras internacionales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, etc.). Pero esos acuerdos sólo pueden ser transitorios; el acuerdo no excluye el conflicto cuando la correlación de fuerzas cambia. Y no cabe duda de que esa correlación se altera continuamente. Por eso los acuerdos de Bretton Woods desaparecieron en 1973, con la crisis del dólar.

La creciente integración económica, política y militar de los diferentes Estados imperialistas no supone la eliminación del desarrollo desigual inherente al capitalismo ni la desaparición de las contradicciones interimpenalistas. En realidad, no es más que una nueva forma de lucha y reparto de mercados y áreas de influencia, como se pone de manifiesto, por ejemplo, en las diferencias surgidas a cada paso en la Unión Europea o la pugna entre Mercosur y ALCA.

Actualmente, dada la debilidad que afecta al conjunto del movimiento obrero y comunista internacional, difícilmente podríamos encontrar un "aliado" o "auxiliar" más poderoso y eficaz de la revolución que las propias contradicciones internas, las rivalidades y la guerra imperialista que preparan las grandes potencias.

Las relaciones interimperialistas siguen teniendo ese doble carácter competidor y solidario, de rival y de aliado. Los sistemas de integración cambian en función de la correlación de fuerzas existente, "pues las formas de lucha pueden cambiar y cambian constantemente en dependencia de diversas causas, relativamente particulares y temporales, en tanto que el fondo de la lucha, su contenido de clase no puede cambiar mientras subsistan las clases [...] Sustituir el contenido de la lucha y de las transacciones entre las alianzas de les capitalistas con las formas de estas transacciones (hoy pacífica, mañana no pacífica, pasado mañana otra vez no pacífica) significa rebajarse hasta el papel de sofista" (Lenin: El imperialismo, fase superior del capitalismo).

Los acuerdos entre imperialistas son sólo aspectos parciales que, a la vuelta de pocos años se rompen, van pasando a un segundo lugar, mientras que las luchas internas, los antagonismos, las viejas rivalidades y las disputas ocupan cada vez más un primer plano. Podemos decir que esas alianzas son siempre temporales y relativas, cambian y desaparecen, mientras que sus confrontaciones son permanentes y absolutas, no desaparecen nunca.

El Partido Comunista de España (reconstituiddo) considera, además, que la contradicción entre los Estados imperialistas ha pasado a un primer plano en la arena internacional, con el riesgo cierto de una nueva gran guerra. La trascendencia internacional de esa contradicción se ha puesto de manifiesto tras el hundimiento de la Unión Soviética y demás países del este de Europa, y su consecuencia más evidente ha sido el desplazamiento del centro de interés hacia las mismas potencias imperialistas, que ya no sólo se disputan áreas de influencia ajenas, sino que ellas mismas son el objeto de la disputa.

Todo esto ha desplazado el centro de gravedad de las tensiones, desde otras regiones del globo, al este de Europa, en una franja que va desde los Balcanes hasta China, pasando por Turquía, Rusia y el Cáucaso.

Por tanto, no sólo no son ciertas las tesis del "ultraimperialismo" sino que, lejos de poner de manifiesto los acuerdos interimperialistas, debemos subrayar el creciente antagonismo entre las grandes potencias y la guerra a donde nos conduce. En esta línea nuestro partido concluyó que la guerra del Golfo fue, de hecho, la primera gran batalla de la III Guerra Mundial.

Dada la situación de desconcierto y desorganización en que se encuentra el movimiento obrero y comunista internacional, actualmente no se puede plantear, como se hizo en ocasiones anteriores, la posibilidad de revolución para antes de que estalle la guerra imperialista o como medio de evitarla. La revolución socialista no ha podido impedir la guerra, pero esta guerra sí puede, crear las condiciones que hacen falta para el triunfo de la revolución proletaria.

Los comunistas debemos oponernos a esos planes belicistas del imperialismo y, en el caso de que ésta se produzca, debemos declararnos derrotistas, es decir, abogar para lograr la derrota del Estado de nuestra propia burguesía y la transformación de la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria.

En ningún caso los comunistas podemos pretender suavizar las contradicciones imperialistas, al modo pacifista burgués, sino que, por el contrario, nuestro deber es agudizarlas aún más, impulsando la lucha revolucionaria hasta el final. Los planes belicistas del imperialismo no pueden conducir a atenuar la lucha de clases, lo que por lo demás no llevaría sino a envalentonarles aún más.

Oponerse a la guerra y, en el caso de que estalle, combatirla resueltamente desde una posición derrotista, de derrota del Estado de la propia burguesía, es la única posición consecuente en favor de la paz y al mismo tiempo internacionalista, la única que puede detener la máquina de la guerra del imperialismo.