¿CLASE OBRERA VERSUS IMPERIALISMO O MULTITUDES CONTRA EL IMPERIO?

Por Luis Mattini

Si los seres humanos son los únicos animales que tropiezan dos veces con la misma piedra, con los pies, por supuesto, la izquierda parece tropezar cien veces con la cabeza petrificándose.

¿No es una paradoja que un pensamiento y una práctica que pretende hacer de la revolución su esencia sea el más obtuso para ver lo diferente? ¿Al menos para darle chance de discusión desprejuiciada sobre lo qué se dice y no quién lo dice? ¿No hay un minuto para analizar por qué sistemáticamente en los últimos ciento cincuenta años todo cambio tuvo por protagonista lo sorprendente?

¿Es necesario recorrer la historia?

La comuna de París; la revolución rusa; la teoría del imperialismo de Lenin; el planteo de asedio de Gramsci; la revolución china; la critica a la razón dialéctica y al marxismo perezoso en Sartre; el "escándalo teórico" de la revolución cubana; el Che; los tozudos vietnamitas que pensaban que podían derrotar a tres imperios en oposición al escepticismo soviético; el mayo francés; la resistencia peronista; los curas del tercer mundo; los Tupamaros; el cordobazo; las organizaciones armadas; el subcomandante Marcos... y decenas de acontecimientos más, no sólo no fueron llevados adelante por la izquierda orgánica en cada momento y en cada país, sino a pesar y en contra de ella.

Fue sistemáticamente una nueva corriente la que lo implementó, que supo llamarse "nueva izquierda", y que, como todo presente estaba impregnado de pasado, la que a su vez, con el tiempo se hizo conservadora y pasó a ocupar el lugar de la vieja.

Tal es el papel que lamentablemente están jugando también los legendarios "setentistas" (peronistas o marxistas) hoy en día ante lo nuevo.

Frente a los fenómenos desencadenados a partir del 19 y 20 de diciembre, que si bien se sustentaron en la continuidad de una década de luchas, en lo esencial significaron una inesperada ruptura, quedaron estupefactos. Las "leyes" de las ciencias sociales se volvieron locas (una vez más por supuesto, como en la larga lista enumerada más arriba).

No habían salido a la calle los sujetos sociales previstos por la academia o el partido: la clase obrera organizada y los estudiantes concientizados. Salieron, en cambio, multitudes polifacéticas, desordenadas, caóticas. La teoría no las tenia encasillada.

La representación de la clase trabajadora organizada, en su mejor expresión, había movilizado una semana antes sesenta mil militantes para pedir morigerar la situación de los desocupados, su expresión intermedia organizaba asados con militares, mientras la representación del trabajador industrial, ausente con aviso.

Es cierto que nuestra izquierda reaccionó y se incorporó a este movimiento con mayor presteza que en los años sesenta a punto tal de lograr posiciones en el mismo. Sin embargo lo hacen con similares fundamentos teóricos y las mismas prácticas del pasado. No se enteraron de las investigaciones experimentales, en la propia acción social, en las últimas dos décadas, de numerosos pero dispersos grupos que venían trabajando en varios países.

Estos grupos no tienen lugar en los medios. Las experiencias que acompañaban no formaron parte del espectáculo televisivo y de las acciones electorales. Quien no está en la televisión no existe. Sus libros o sus videos son más que marginales y, cuando están, se pierden en las masas impresas que adornan las librerías. De vez en cuando el periodismo les hace una nota de color, como algo folclórico.

No pertenecen a ninguna patria intelectual, ni a alguna academia de izquierda que les estimule, les critique y los haga conocer.

Entonces aparece el "El Imperio", de Negri y Hardt, libro que en parte recoge esta nueva radicalidad. Pero claro, por extrañas o no tan extrañas circunstancias viene del norte. Y como viene del norte parecen caber sólo dos actitudes, una tan nefasta como la otra: rechazo o fascinación.

Parece no importar qué dice el libro sino quién lo dice y quienes paradójicamente propiciaron su divulgación: la Universidad de Harvard.

Así esa izquierda a la que le pasó por el costado el trabajo hormiga de los últimos diez años, de piqueteros que se atreven a pisar el césped; campesinos que ya no hablan de reforma agraria de pequeña propiedad engendradora de capitalismo, sino de agricultura orgánica con propiedad colectiva recreadora de una civilización no capitalista; autonomistas que se emanciparon de la teoría del desarrollo; juventudes que descreen del saber utilitario, mujeres que no están dispuestas a esperar la toma del poder por los varones para luchar por la libertad aquí y ahora; trabajadores que empezaron a ver la doble faceta de la fábrica, organizadora de la fuerza pero también eficaz disciplinadora social; intelectuales que rompen con la centralidad del cerebro para reconocerse pensando con todo el cuerpo... en fin una radicalidad que no sólo lucha contra los capitalistas sino fundamentalmente contra el capitalismo.

Y, como antesdeayer Kauski contra Lenin, ayer Stalin contra Mao, por la tarde todos contra Gramsci, esta mañana contra el Che, hoy sale esta izquierda rauda a la palestra a defenestrar a este italiano que intenta pensar.

Antonio Negri afirma que el imperialismo ha sido suplantado por el Imperio. Convengamos que es una afirmación discutible. Pero nada autoriza a ver en ella una intención de negar o suavizar la dominación capitalista. Por el contrario es una hipótesis que abre interesantes perspectivas para comprender por donde pasa la radicalidad en este momento.

La respuesta más seria, sin embargo, parece ser la de un argentino que a pedido de una editorial francesa, escribió una critica en inglés para rebatir un libro escrito por un italiano, no sé si en su lengua madre o en la de su coautor, Hardt. En todo caso nosotros recibimos una traducción.

¿Será que a este argentino le resulta insuficiente el castellano para rebatir una línea de pensamiento que Negri traza, Maquiavelo, Espinoza, Marx? Que yo sepa estos no escribían en inglés. ¿O es la evidencia de la presencia del Imperio? Perdón por mi suspicacia, pero ocurre que este detalle me recuerda a muchos de nuestros novísimos científicos sociales que para explicar la diferencia entre "lo político" y "la política" recurren al inglés.

La misma gente que para decir "radical", como sinónimo de revolucionario, anglifican el sonido, no sea cosa que nosotros, cabecitas negras, creamos que quiere decir alfonsinista. Lo único que falta es que digan comunismo en inglés americano para diferenciarlo del ruso.

Bien, dejemos la ironías y pasemos a lo nuevo y sus consecuencias sobre las perspectivas de las luchas actuales. Más allá de la variedad de aspectos para discutir de la obra, cuestión esta en la que no me ocupo aquí, si un mérito tiene el libro de Negri, como una de las expresiones de un pensamiento que viene abriéndose paso, es que cuestiona el concepto de centralidad e intenta adelantar un modelo teórico para encarar las luchas actuales.

El imperio sería hoy la incorporación al capitalismo a toda la humanidad.

Recordemos que de la teoría del imperialismo de Lenin, propia de su tiempo, se desprendió la hipótesis del "eslabón más débil" y la consecuente táctica de "asir ese eslabón y tirar de allí con todas las fuerzas". El capitalismo no había llegado a integrar a toda la humanidad en su interior sino que establecía un rosario de dependencias, el cual, como toda cadena sería tan fuerte como el más débil de sus eslabones.

Esto hacía que en esencia el capital financiero (imperialismo) tuviera su centro geográfico en el cáncamo, EE.UU, por ejemplo, y en consecuencia la revolución opusiera el suyo en el más débil de los eslabones, allí donde las contradicciones llegaban a su cenit y la clase revolucionaria más consciente y organizada.

Un pequeño problema cruzó poco más de la mitad del siglo XX: el centro de la revolución variaba según la lectura de las corrientes revolucionarias. El mismo podía ser la URSS, China, Cuba, Vietnam, Corea, Albania, Palestina, Egipto, Polonia, Chile, Argentina, en fin, es decir según cuál se interpretara como el eslabón más débil.

Otra consecuencia de estas concepciones centralistas fue que toda lucha, desde el barrio, la provincia, el poblado, el sindicato, el feminismo, el antirracismo, las guerrillas, se subordinaban a este centro que representaba la oposición directa al imperialismo. ¿Que eso no fue así en el caso de peronismo revolucionario? ¡Ja! Lea "La otra historia" de Roberto Cirilo Perdía y después me cuenta.

¿Que esto no fue absoluto? Por supuesto, de lo contrario no hubiera habido movimientos radicales en todo el mundo como el de los setentas.

Si las distintas fracciones de izquierda fueran consecuentes con aquel paradigma, deberían estar organizando brigadas internacionales para ir a combatir a Palestina. O a Colombia, quizás a Irak o el país vasco. ¿Por que no Chechenia o Afganistán?

Y desde luego ni yo ni Antonio Negri ni nadie que participe de estas búsquedas, tenemos que dar pruebas de nuestra solidaridad incondicional con el sufrimiento del pueblo palestino y la condena al Estado fascista de Israel, a la política de los EE.UU y de los Estados árabes que contribuyen al martirio.

Lo nuevo, lo que nos obliga a pensar y establecer pautas de interpretación en la praxis social actual, es que el capitalismo pasó a lo que Silvio Frondizi definiera en los años cincuenta como "la integración mundial del Imperialismo". Podemos formularnos de esta manera. El Imperio es la incorporación de toda la humanidad al capitalismo. Hablar de "tercer mundo" tuvo sentido cuando existía el "segundo mundo". Hoy el tercer mundo ha llegado el primer mundo y viceversa.

Aquella joya del capitalismo fordista que fue Detroit hoy es una ciudad tercermundista. Ciertos complejos turísticos en Cuba son irritantes islotes del primer mundo, mientras Nápoles rivaliza con Lima en miseria social y en Buenos Aires o San Pablo hay grandes zonas que compiten con las mejores del primer mundo, a las cuales se llega por modernas autopistas que corren sobre villas de emergencia cada vez más pobladas por ex clasemedieros.

En Nueva York, su famoso alcalde resolvió el problema de la gente sin casa dándoles albergue en las cárceles. Desarrollo desigual y combinado diría Trotsky. Desarrollo deformado diría el Che.

Lo nuevo de la dominación mundial del capitalismo es la proletarización de la absoluta mayoría de la humanidad, en el sentido romano del término, pero sin las ventajas de aquel proletariado que al menos gozaba de ciudadanía y recibía pan y circo.

La ruptura de la seguridad laboral, tendencia mundial que varía, no por buen gusto de los capitalistas, sino por la capacidad de resistencia de lo viejo en cada lugar, ha hecho cambiar el carácter de las clases sociales, diluye la cohesión que daba la fábrica y debemos suponer que cambian radicalmente las prácticas políticas y sociales. Pero no sólo las suponemos, están a la vista, presentes día a día.

Lo malo que las seguimos viendo como si nada, como una continuidad con simples cambios de formas. La precarización del trabajo afecta a toda la sociedad laboriosa, desde el desocupado al ocupado porque las posiciones se invierten sólo por golpes de "suerte". Nadie ni nada da garantías.

Durante la etapa imperialista, el esmero en el estudio o la "buena conducta" podía funcionar más o menos como garantía de hacer una carrera o poseer un trabajo más o menos estable. Podía ser una ilusión, de hecho lo era para muchos, pero funcionaba como zanahoria delante del burro. Hoy la amenaza a la seguridad laboral es parte constituyente de las relaciones de trabajo asalariado directo o indirecto.

Es curioso como la izquierda desconfía de las palabras diferentes que usan quienes van estableciendo hipótesis para avanzar y a la vez adoptan con total frivolidad y ligereza los neologismos y la iconografía del Imperio.

Las palabras intentan definir algo aunque sea provisoriamente. Así antes llamábamos clase obrera o proletariado, no a cualquier trabajador sino a aquellos que producían plusvalía, o sea eran los explotados por el capitalismo. Los demás eran oprimidos pero no explotados. Y, por esos juegos de la dialéctica que tan heréticamente olvida Negri, sólo esos trabajadores serían los sujetos consecuentes contra el capitalismo y estarían predestinados a ser la vanguardia.

Los demás acompañarían el proceso en la medida que la pauperización los arrojaba inexorablemente a la revolución. La dialéctica, como la matemática es fascinante porque "cierra" a la perfección, lo explica todo. No deja lugar a las inquietantes aporias que angustian al ser humano. Fíjese que si Ud. quiere explicar algo que no llega a hacerse entender, dice simplemente "es dialéctico" y el milagro se produce. Todos asienten.

Pero Negri parece sentir placer en la angustia de la incertidumbre y es un tano tozudo que no se ha movido sólo en la Academia, sino que vivió, luchó, gozó, sufrió y sufre los setentas. La década del sesenta fue la época más alta de la industrialización, el tiempo de mayor proletarización mundial, en el sentido marxista del término: obreros fabriles.

De acuerdo al marxismo ortodoxo fue el momento óptimo para la revolución mundial acaudillada por ese proletariado. Y hay que decir que le pegamos un buen susto. Pero el momento pasó y el capitalismo utilizó los cambios tecnológicos mediante una astuta destreza social, fuerza militar incluida, pero también complicidad o miopía de las izquierdas, para desestructurar esa formidable fuerza que lo había puesto en jaque aunque no en mate.

Y, casi cuarenta años después la fábrica ha dejado de ser el lugar principal de producción de valor. Esa clase constituida se diluyó en trabajadores flexibles, móviles, ocupados y desocupados.

Frente a esta nueva realidad Negri intenta una hipótesis: ¿Y si hablamos de multitudes? ¿Y si pensamos en fuerzas constituyentes? ¿Y si en vez de pasarnos la vida acumulando fuerzas para dar ese gran piñazo final que derrumbará al imperialismo de un saque, nos dispersamos en millones de pinchazos cada día, cada hora, en cada lugar al Imperio? ¿Por qué al Imperio y no al imperialismo?

Sencillo señor, porque el imperialismo está en Washington y todos no podemos llegar allí. Además encontraríamos a Bush, y sus asesores, gestores de los capitalistas, no al capitalismo. En cambio el Imperio está en Avellaneda, Roma, Helsinki, Moscú, Villa María, La Calera, Nueva York, casas más casas menos, aquí, a la vuelta de la esquina y hasta en mí mismo.

El Imperio es Amelita, Macri, Cavallo, Maria Julia, Hadad, Mariano Grondona, Alfredo Leuco condenando la violencia piquetera, Aníbal Ibarra huyendo de su ciudad agredida por el Estado Nacional el 19 y 20 de diciembre. Entiéndame bien, en la época del imperialismo estos eran sus "socios menores", algunos podían ser la burguesía nacional, a veces aliada a veces opositora, en ocasiones hasta revolucionaria o la que recibía "el plato de lentejas", sus "cipayos".

Hoy no son eso, son el Imperio. Que tengan distintos "status" dentro del Imperio no cambia la esencia de las cosas. Amelita es el imperio, Bush es su agente, su administrador. ¿Me explico? El FMI no está en Washington, está en todo el mundo y Amelita o Peres Compac son parte del mismo. ¿O acaso no se sabe que gran parte de la deuda externa está en manos de argentinos? ¿Y acaso no fue el muy español Aznar el que apretó a Duhalde?

¿Y qué me dice de los silos repletos de cereales para especular con los precios mientras el hambre asuela la Argentina? ¿Cuántos capitales "norteamericanos" participaron en las privatizaciones argentinas? ¿Imperialismo español? ¿Y qué me cuenta del "imperialismo" chileno que usufructúa los servicios eléctricos?

¿Y los brasileños que están por comprar parte de YPF? Cardozo, su presidente, no sólo fue un intelectual marxista de primera línea sino un teórico de la discutida teoría de la dependencia. ¿Alcanza la palabra traidor para explicar su posición actual?

¿Y Lula, también traidor? Lula, de quien que no me caben dudas que es un antiimperialista, acaba de declarar que el FMI es como el dentista, un mal necesario. Lula no ha dejado de ser antiimperialista, lo que ocurre es que se dispone a aceptar ser administrador de un rincón del Imperio.

Y desde luego, este Imperio no salió de un repollo. Es la transformación del capitalismo y por lo tanto tiene toda la impronta del Estado Nacional estadounidense: El poder militar de Washington, la moneda de Nueva York y la lengua de Hoollywod, no por sencillo expansionismo estadounidense, sino porque esa cultura es la cultura capitalista en su expresión más pura.

Aprendamos de la terrible lección del siglo XX, particularmente la vietnamita. Todas las luchas militares victoriosas contra el imperialismo estadounidense se hicieron con su moneda y su lengua (su cultura) y, a la postre el imperialismo derrotado militarmente, los incorporó al Imperio. Ahora bien, no me preocupa si era mejor o peor el imperialismo o el Imperio. Nunca me gustó elegir el látigo que me habrá de azotar.

Pero los hombres hacemos la historia bajo circunstancias heredadas y a la vez somos constructores de esas circunstancias. La época del imperialismo, al centrar la cuestión en el Estado Nacional tenía sus complicaciones. Esta tendrá las suyas que debemos afrontar. En aquella, con la idea que "el enemigo de mi enemigo es mi amigo" hemos visto alianzas repugnantes. Los famosos sapos a tragar. ¿Vio?

De hecho durante el siglo veinte fue muy difícil llevar adelante un sueño tan caro al marxismo como el "internacionalismo proletario". Pero aun en el mejor de los casos, digamos que en la llamada izquierda revolucionaria, con la teoría del eslabón más débil se producía una división del trabajo revolucionario a nivel mundial.

Los obreros del primer mundo no podían hacer acción revolucionaria en sus países porque no era ese su eslabón. Por lo tanto su tarea consistía en apoyar cuanta revolución radical hubiera en el tercer mundo y solidarizarse con el segundo mundo. Claro que hubo excepciones: los muchachos del mayo francés como ejemplo.

Pero en general las tareas de ese activo del primer mundo consistían en protestar frente a las embajadas de los EE.UU. Con todo recibía sus buenos garrotazos y chorros de agua, aunque para ellos el imperialismo estaba lejos, aun dentro del Estado Nacional imperialista.

Hoy la reciente represión a los grupos antiglobalizadores con muertos en lugares tan disímiles del primer mundo como Génova o la impensada Gotemburgo es una de las muestras del imperialismo transformado en Imperio.

No hablaremos más de clase obrera internacional, de internacionalismo proletario, no discutiremos más de socialismo en un sólo país. El concepto de clase pierde precisión y "pureza" pero no se diluye, sino que, por el contrario, se amplia en la categoría multitud. No mezclemos más fuerza de trabajo y clase. El antagonismo, o si Ud. quiere, la contradicción, es
multitudes versus Imperio. Sigue habiendo dos veredas.

El cambio radical consiste en que los sujetos no están predeterminados por su ubicación en el aparato productivo definido sino por la constitución de una subjetividad libertaria colectiva de la multitud. Cómo organizar multitudes es el desafío, el cual sólo es posible encararlo si modificamos la oración: ¿Cómo nos organizamos como multitud?