La Guerra Nacional Revolucionaria en España, parte 2

En octubre de 1934, cuando se formó un nuevo gobierno con ministros de la CEDA, los socialistas y comunistas del sindicato Unión General de Trabajadores (UGT) vieron esto como el comienzo del fascismo, y convocaron a una huelga general en Madrid. La dirección socialista de la UGT pasó a la clandestinidad, el gran sindicato anarquista Confederación Nacional del Trabajo (CNT) se abstuvo, y la huelga duró poco. En Catalunya, la Generalitat se declaró independiente del gobierno central, pero los anarquistas se abstuvieron de nuevo y la rebelión fue breve.

En Asturias, sin embargo, los mineros socialistas, comunistas y anarquistas, bien organizados, cooperaron en una amplia insurrección local, declarando una república de soviets. El gobierno llamó a la Legión Extranjera y las tropas marroquíes, comandadas por los generales Goded y Franco. Franco, que había ganado cierta reputación al mando de la Legión en las guerras marroquíes, fue seleccionado para este trabajo por el multimillonario Juan March, de quien volveremos a tener noticia más adelante (1).

Después de arduos combates, el levantamiento fue brutalmente suprimido. Unos 3.000 trabajadores murieron, la mayoría asesinados tras rendirse. 30.000 fueron hechos prisioneros (2).

La rebelión en Asturias fue un punto decisivo en la política española. A diferencia de las periódicas rebeliones de los anarquistas, fue lo suficientemente extensa y bien organizada como para mostrar que una revolución obrera en España era una posibilidad para tener en cuenta. Los patrones aprendieron bien esa lección, pero la mayoría de la izquierda no, un descuido que llevaría a muchos errores futuros.

Para las siguientes elecciones en febrero de 1936, los partidos de la izquierda formaron una coalición llamada "Frente Popular". La estrategia del Frente Popular, desarrollada en el 7º Congreso de la Internacional Comunista, consistía en que para derrotar la creciente amenaza del fascismo, los partidos comunistas debían propender por construir amplios frentes del pueblo, o frentes populares, que incluyeran partidos socialdemócratas y otros demócratas burgueses sobre la base de acuerdos de corto o largo plazo.

"Pero para capacitar a la clase obrera, para atraer aliados de masas, mantenerlos y dirigirlos por cada vuelta y encrucijada del camino y por todas las dificultades de la guerra, para lograr poner a la clase obrera en condiciones de hacer desaparecer todas las fricciones y conflictos y eliminar los obstáculos a lo largo del camino, era necesario tener un partido revolucionario, un partido que hubiera acumulado suficiente experiencia, que fuera firme y disciplinado, un partido que dominara la teoría revolucionaria avanzada. Solamente un partido así era capaz de asegurar la unidad de la clase obrera y confiar en su propio poder durante la lucha, así como en su hegemonía en la revolución democrático-burguesa, en la lucha por la independencia nacional.

Nosotros, los comunistas, luchamos por la creación de ese partido".

Si no se logró la unidad con los sectores revolucionarios de los otros partidos obreros, no fue por una falsa concepción ni por el "oportunismo" del Partido, como afirman los críticos. Es indudable que de haber sido así, la unidad sin principios de que hablan esos señores, se habría producido sin grandes dificultades. ¿Qué sucedió realmente? Para saberlo hace falta detenerse en analizar la situación existente dentro de las filas obreras por aquel entonces, la gran influencia que ejercían sobre ellas el anarquismo y la socialdemocracia y su división en varios sindicatos, influencias y división que el Partido no tuvo tiempo de eliminar.

En España, a diferencia de Rusia y China, el Partido Comunista nació mucho después que los sindicatos, y cuando estallaron los grandes combates políticos de clase, el Partido se encontraba todavía aislado de las grandes masas, las cuales se hallaban confundidas y divididas por el oportunismo de derecha y de izquierda. En estas condiciones, el Partido tuvo que recuperar a marchas forzadas el tiempo perdido durante el periodo de Bullejos, a fin de forjar la unidad de la clase obrera en base a la lucha más resuelta contra el capitalismo y los feudales y llevando a cabo el desenmascaramiento de los agentes de la burguesía infiltrados en sus filas.

¿Resultaba aquello, acaso, una tarea fácil en aquellas condiciones? No cabe duda de que es mucho más fácil decir ahora, como entonces lo hacían los trotskistas, que el Partido Comunista no planteaba la unidad del proletariado en un partido único sobre la base de los "principios", sino de "forma superficial, oportunista". En la "Historia del Partido Comunista de España" elaborada por los carrillistas se recogen las siguientes palabras de Dolores Ibarruri: "Este partido único podrá así continuar la tradición del PSOE, la corriente revolucionaria del anarquismo y la tradición del Partido Comunista forjada en la teoría y práctica del marxismo".

Quien haya leído los documentos de la época sabrá también que José Diaz planteó esta misma cuestión en parecidos términos, haciendo referencía con ello a las tradiciones revolucionarias del proletariado, no para ensalzar las manifestaciones oportunistas, que eran, al fin y al cabo, lo que se trataba de combatir. "El partido único que nosotros queremos -señaló José Díaz en "Mundo Obrero" de junio de 1936- y que la revolución necesita, exige una claridad completa en cuanto a los principios que han de informar y una unidad absoluta de ideas respecto a los problemas fundamentales del programa y de la táctica. Estos problemas fundamentales son los que se condensan en los cinco puntos de unificación destacados por nuestro gran Dimitrov en el VII Congreso de la Internacional Comunista, y que son conocidos de todos".

Y prosigue más adelante José Diaz: "Para acelerar y facilitar la unidad política de la clase obrera hay que llevar a cabo una lucha tenaz contra la secta degenerada del trotskismo, cuya misión fundamental es desorganizar el movimiento, laborando sistemáticamente para entorpecer y sabotear la unidad de la clase obrera, desarmar al proletariado ante el fascismo y arrastrarlo al campo de la cruzada contra la URSS".

Tal era la política que aplicó el Partido para establecer la unidad política, ideológica y orgánica de la clase obrera de España, y hay que decir que en buena parte, sobre todo en Cataluña, ese objetivo fue alcanzado.

El Partido no sólo tuvo bien claro cuál era el verdadero carácter de la revolución y la fase de desarrollo en que ésta se encontraba, como veremos más adelante, sino que su apoyo al Gobierno del Frente Popular lo subordinó siempre a la realización de las transformaciones democrático-revolucionarias, al aplastamiento de la sublevación fascista y de la intervención extranjera y, con todo ello, a la creación de las condiciones para la victoria final de la clase obrera sobre la burguesía. Precisamente porque tuvo todo eso bien claro, y no perdió de vista tampoco las condiciones objetivas, tanto internas como internacionales, la clase obrera y los pueblos de España pudieron hacer frente como ningún otro pueblo de Europa lo hizo, a la ofensiva fascista.

Pero remitámonos nuevamente a José Díaz, el gran dirigente comunista español: "El Partido Comunista comprendió que el desarrollo de la revolución democrático-burguesa era un requisito decisivo para interesar a las amplias masas de obreros, de campesinos y pequeño burgueses en la lucha armada contra la reacción española y la intervención extranjera, y que, aún más, solamente una victoria militar sobre este enemigo haría posible culminar la revolución democrático burguesa y así crear los requisitos necesarios para la victoria completa de la clase obrera". No cabe duda de que el Partido sí tenía las ideas claras respecto al carácter y a la fase en que se hallaba la revolución, respecto a los objetivos estratégicos y a la táctica a emplear para alcanzarlos, sobre los aliados, etc., y cómo luchar en cada una de las etapas para llevar a la clase obrera a la victoria. El Partido Comunista de España encabezado por José Díaz luchó consecuentemente para realizar aquella revolución, puso en práctica su programa revolucionario y logró importantes victorias. Si la revolución no pudo triunfar entonces es un problema independiente de la justa línea aplicada por el Partido. Para juzgar acertadamente ese problema basta con observar la división de la clase obrera en España y la situación internacional durante todo el período de Frente Popular (todavía débil y amenazado por todas partes).

En aquellas circunstancias el Partido tuvo bien en cuenta el carácter republicano de izquierda del Gobierno salido de la victoria de las fuerzas populares encabezadas por la clase obrera en las elecciones de febrero de 1936. A este Gobierno el Partido le prestó su apoyo, pero siempre que cumpliera los acuerdos suscritos con los partidos obreros y las otras fuerzas populares que le apoyaban. "Camaradas -dijo José Díaz en un discurso pronunciado el 23 de febrero de 1936-, nosotros haremos honor a nuestros compromisos y apoyaremos lealmente al Gobierno si éste realiza el programa del bloque popular y toma medidas en favor de las masas trabajadoras. Pero le combatiremos si no lo realiza".

Ésta fue la forma que tomó, y sólo podría ser así en aquellas circunstancias, la dirección de la clase obrera sobre las amplias masas populares y el Gobierno de la revolución democrático-burguesa. Lenin, en vísperas de la revolución de Octubre, planteó las cosas de la misma manera a los partidos menchevique y eseristas, es decir, les pidió el sometimiento de su Gobierno a los Soviets y la aceptación de su programa. Es sabido que los mencheviques y compañía no aceptaron las proposiciones de los bolcheviques y de esa manera la lucha contra ellos se hizo inevitable. Mao Tse-Tung adoptó una posición parecida a la del Partido Comunista de España con relación a las fuerzas kuomintanistas y lo hizo, además, por aquellas mismas fechas:

"En China, así como en el resto del mundo, las fuerzas revolucionarias han crecido. Esta es una apreciación correcta. Pero, al mismo tiempo, debemos señalar que las fuerzas contrarrevolucionarias en China y en el resto del mundo son, por el momento, más potentes que las fuerzas revolucionarias [...] la situación exige que renunciemos con audacia a la actitud de 'puertas cerradas', formemos un amplio frente único y nos prevengamos contra el aventurerismo. No debemos precipitarnos a una batalla decisiva antes de que haya llegado la hora y contemos con fuerzas suficientes [...] Por el momento, me limitaré a señalar que la táctica de Frente Único y la de puertas cerradas son diametralmente opuestas. La primera implica reclutar grandes fuerzas a fin de cercar y aniquilar al enemigo. La segunda, en cambio, implica abalanzarse solos a un combate desesperado contra un enemigo formidable"(3).

Ésta fue la posición del Partido Comunista de España y del comunismo internacional: acumular fuerzas, no exponerlas y esperar una relación de las mismas con las del enemigo que nos fuera favorable, tanto a escala nacional como mundial. Para eso era necesario desarrollar y mantener unidos los frentes populares, no lanzarse a batallas decisivas de las que sólo podíamos salir derrotados. Pero para llevar a cabo esta justa política había que luchar al mismo tiempo contra la "quinta columna", la cual trabaja, precisamente, para romper el Frente Popular, para que las masas abandonaran el "legalismo" y retiraran su apoyo al Gobierno que en aquellos momentos las representaba, para hacer que la clase obrera tomara "la dirección de la revolución o el Poder". En pocas palabras, contra aquellos que laboraban para que la clase obrera se lanzase a una aventura desesperada de la que sólo podía salir derrotada.

Oigamos de nuevo a José Díaz:

"Algunos creían, o pretendían hacer creer, que el Frente Popular era una alianza sin principios con las fuerzas de la burguesía izquierdista y de la pequeña burguesía. Otros se planteaban el problema de que sacrificábamos nuestro objetivo final para dar solución a las necesidades inmediatas, pero unos y otros se han equivocado. El Frente Popular es la expresión viva do la concentración de las fuerzas obreras y democráticas de España frente a la otra concentración: la España del pasado. En esta gran polarización de fuerzas que se está gestando en nuestro país, el proletariado tiene la misión de colocarse inteligentemente en el camino del cumplimiento de su misión histórica. Y hay que saber comprender que la lucha de clases no marcha siempre por un camino recto, ni el problema está en desertar del logro de las conquistas parciales que puedan beneficiar a las masas, contraponiendo a esto, como escudo engañoso, la 'pureza revolucionaria', el principio catastrófico del 'todo o nada'"(4).

 

Continúa

Notas:

(1) Arthur Landis, "Spain! The Unfinished Revolution", Baldwin Park, Cal., 1972, p. 58.

(2) Hugh Thomas, "La Guerra Civil Española", volumen I, pp. 166-167.

(3) Mao Tse-Tung: "Sobre la táctica de lucha contra el enemigo japonés".

(4) José Díaz: Articulo publicado en "Mundo Obrero", número extraordinario del 1 de mayo de 1936.