Las dos Coreas (parte I)
por Fidel Castro Ruz
22 de julio de 2008
La
nación coreana, con su peculiar cultura que la diferencia de sus
vecinos chinos y japoneses, existe desde hace tres mil años. Son
características típicas de las sociedades de esa región asiática,
incluidas la china, la vietnamita y otras. Nada parecido se observa en
las culturas occidentales, algunas con menos de 250 años.
Los
japoneses habían arrebatado a China en la guerra de 1894 el control que
ejercía sobre la dinastía coreana y convirtieron su territorio en una
colonia de Japón. Por acuerdo entre Estados Unidos y las autoridades
coreanas, el protestantismo fue introducido en ese país en el año 1892.
Por otro lado, el catolicismo había penetrado igualmente en ese siglo a
través de las misiones. Se calcula que actualmente en Corea del Sur
alrededor del 25 por ciento de la población es cristiana y una cifra
similar es budista. La filosofía de Confucio ejerció gran influencia en
el espíritu de los coreanos, que no se caracterizan por las prácticas
fanáticas de la religión.
Dos importantes figuras ocuparon los
primeros planos de la vida política de esa nación en el siglo XX.
Syngman Rhee, que nace en marzo de 1875, y Kim Il Sung 37 años después,
en abril de 1912. Ambas personalidades, de distinto origen social, se
enfrentaron a partir de circunstancias históricas ajenas a ellos.
Los
cristianos se oponían al sistema colonial japonés, entre ellos Syngman
Rhee, que era practicante activo del protestantismo. Corea cambió de
status: Japón anexó su territorio en 1910. Años más tarde, en 1919,
Rhee fue nombrado Presidente del Gobierno Provisional en el exilio, con
sede en Shanghai, China. Nunca empleó las armas contra los invasores.
La Liga de las Naciones, en Ginebra, no le prestó atención.
El
imperio japonés fue brutalmente represivo con la población de Corea.
Los patriotas resistieron con las armas la política colonialista de
Japón y lograron liberar una pequeña zona en los terrenos montañosos
del Norte, durante los últimos años de la década de 1890.
Kim
Il Sung, nacido en las proximidades de Pyongyang, a los 18 años se
incorporó a las guerrillas comunistas coreanas que luchaban contra los
japoneses. En su activa vida revolucionaria alcanzó la jefatura
política y militar de los combatientes antijaponeses del Norte de
Corea, cuando sólo tenía 33 años de edad.
Durante la Segunda
Guerra Mundial, Estados Unidos decidió el destino de Corea en la
posguerra. Entró en la contienda cuando fue atacado por una criatura
suya, el Imperio del Sol Naciente, cuyas herméticas puertas feudales
abrió el Comodoro Perry en la primera mitad del siglo XIX apuntando con
sus cañones al extraño país asiático que se negaba a comerciar con
Norteamérica.
El aventajado discípulo se convirtió más tarde en
un poderoso rival, como ya expliqué en otra ocasión. Japón golpeó
sucesivamente décadas más tarde a China y Rusia, apoderándose
adicionalmente de Corea. No obstante fue astuto aliado de los
vencedores en la Primera Guerra Mundial a costa de China. Acumuló
fuerzas y, convertido en una versión asiática del nazifascismo, intentó
ocupar el territorio de China en 1937 y atacó a Estados Unidos en
diciembre de 1941; llevó la guerra al Sudeste Asiático y a Oceanía.
Los
dominios coloniales de Gran Bretaña, Francia, Holanda y Portugal en la
región estaban condenados a desaparecer y Estados Unidos surgía como la
potencia más poderosa del planeta, resistida sólo por la Unión
Soviética, entonces destruida por la Segunda Guerra Mundial y las
cuantiosas pérdidas materiales y humanas que le ocasionó el ataque
nazi. La Revolución china estaba por concluir en 1945 cuando la matanza
mundial cesó. El combate unitario antijaponés ocupaba entonces sus
energías. Mao, Ho Chi Minh, Gandhi, Sukarno y otros líderes
prosiguieron después su lucha contra la restauración del viejo orden
mundial que era ya insostenible.
Truman lanzó contra dos
ciudades civiles japonesas la bomba atómica, arma nueva terriblemente
destructiva de cuya existencia, como se ha explicado, no había
informado al aliado soviético, el país que más contribuyó a la
destrucción del fascismo. Nada justificaba el genocidio cometido, ni
siquiera el hecho de que la tenaz resistencia japonesa había costado la
vida a casi 15 mil soldados norteamericanos en la isla japonesa de
Okinawa. Ya Japón estaba derrotado y tal arma, lanzada contra un
objetivo militar, habría tenido más tarde o más temprano el mismo
efecto desmoralizador en el militarismo japonés sin nuevas bajas para
los soldados de Estados Unidos. Fue un acto incalificable de terror.
Los
soldados soviéticos avanzaban sobre Manchuria y el Norte de Corea, tal
como lo habían prometido al cesar los combates en Europa. Los aliados
habían definido previamente hasta qué punto llegaría cada fuerza. En la
mitad de Corea estaría la línea divisoria, equidistante entre el río
Yalu y el Sur de la península. El gobierno norteamericano negoció con
los japoneses las normas que regirían la rendición de las tropas en su
propio territorio. Japón sería ocupado por Estados Unidos. En Corea,
anexada a Japón, permanecía una gran fuerza del poderoso ejército
japonés. En el Sur del Paralelo 38, límite divisorio establecido,
prevalecerían los intereses de Estados Unidos. Syngman Rhee,
reincorporado a esa parte del territorio por el gobierno de Estados
Unidos, fue el líder al que apoyó, con la cooperación abierta de los
japoneses. Ganó así las reñidas elecciones de 1948. Los soldados del
Ejército Soviético se habían retirado de Corea del Norte ese año.
El
25 de junio de 1950 estalló la guerra en el país. Todavía se discute
quién realizó el primer disparo, si los combatientes del Norte o los
soldados norteamericanos que montaban guardia junto a los soldados
reclutados por Rhee. La discusión carece de sentido si se analiza desde
el ángulo coreano. Los combatientes de Kim Il Sung lucharon contra los
japoneses por la liberación de toda Corea. Sus fuerzas avanzaron
incontenibles hasta las proximidades del extremo Sur, donde los yanquis
se defendían con el apoyo masivo de sus aviones de ataque. Seúl y otras
ciudades habían sido ocupadas. McArthur, jefe de las fuerzas
norteamericanas del Pacífico, decidió ordenar un desembarco de la
infantería de Marina por Incheon, en la retaguardia de las fuerzas del
Norte, que estas no podían ya contrarrestar. Pyongyang cayó en manos de
las fuerzas yanquis, precedidas por devastadores ataques aéreos. Ello
impulsó la idea por parte del mando militar norteamericano en el
Pacífico de ocupar toda Corea, ya que el Ejército de Liberación Popular
de China, dirigido por Mao Zedong, había infligido una derrota
aplastante a las fuerzas proyanquis de Chiang Kai-shek, abastecidas y
apoyadas por Estados Unidos. Todo el territorio continental y marítimo
de ese gran país había sido recuperado, con excepción de Taipei y
algunas otras pequeñas islas próximas donde se refugiaron las fuerzas
del Kuomintang, transportadas por naves de la Sexta Flota.
La
historia de lo ocurrido entonces se conoce hoy bien. No olvidar que
Boris Yeltsin entregó a Washington, entre otras cosas, los archivos de
la Unión Soviética.
¿Qué hizo Estados Unidos cuando estalló el
conflicto prácticamente inevitable bajo las premisas creadas en Corea?
Presentó a la parte norte de ese país como agresora. El Consejo de
Seguridad de la recién creada Organización de Naciones Unidas,
promovida por las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial,
aprobó la resolución sin que uno de los cinco miembros pudiera vetarla.
En esos precisos meses la URSS se había manifestado inconforme con la
exclusión de China en el Consejo de Seguridad, donde Estados Unidos
reconocía a Chiang Kai-shek, con menos del 0,3% del territorio nacional
y menos del 2% de la población, como miembro del Consejo de Seguridad
con derecho al veto. Tal arbitrariedad condujo a la ausencia del
delegado ruso, a consecuencia de lo cual se produjo el acuerdo de ese
Consejo dando a la guerra el carácter de una acción militar de la ONU
contra el presunto agresor: la República Popular de Corea. China, ajena
por completo al conflicto, que afectaba su lucha inconclusa por la
liberación total del país, vio cernirse la amenaza directa contra su
propio territorio, lo cual era inaceptable para su seguridad. Según
datos publicados, envió al primer ministro Zhou Enlai a Moscú, para
expresar a Stalin su punto de vista sobre lo inadmisible que era la
presencia de fuerzas de la ONU bajo el mando de Estados Unidos en las
riberas del río Yalu, que delimita la frontera de Corea con China, y
solicitarle la cooperación soviética. No existían entonces
contradicciones profundas entre los dos gigantes socialistas.
El
contragolpe chino se afirma que estaba planeado para el 13 de octubre y
Mao lo pospuso para el 19, esperando la respuesta soviética. Era el
máximo que podía dilatarlo.
Pienso concluir esta reflexión el
próximo viernes. Es un tema complejo y trabajoso, que demanda especial
cuidado y datos tan precisos como sea posible. Son hechos históricos
que deben conocerse y recordarse.
Fidel Castro Ruz
Julio 22 de 2008
9 y 22 p.m.