Arte, cultura y revolución en el siglo XX Por: José Antonio Egido, sociólogo El arte y la cultura son los productos estéticos e ideológicos de una sociedad concreta y expresan sus ideales, sus valores y su moral. En la sociedad capitalista el arte y la cultura tienen una doble función: por un lado son una parte importante de la superestructura de la sociedad que aporta legitimidad y cobertura a lo esencial, a la infraestructura de la sociedad, es decir a la extracción de la plusvalía al trabajo por parte de la clase dominante. Por otro lado se convierten en una mercancía más con la que seguir haciendo pingües negocios y acumulando riqueza. Hoy la industria cinematográfica, editorial, pictórica, musical, coreográfica, teatral, de producción de series de TV, de videos, del espectáculo en general no sólo es un instrumento de difusión masiva de los valores imperialistas (por poner varios ejemplos de esos seudovalores: la superioridad occidental frente al tercer mundo bárbaro y como bastión de libertad frente al totalitarismo comunista, la superioridad de la llamada economía de libre mercado, el rol indispensable que la burguesía cumple en la sociedad, el rol humanitario de las misiones militares, etc.) y de alineación de las masas. El compositor griego Theodorakis escribía en 1984 que la burguesía gobernante se empeña constantemente en bajar el nivel cultural de las masas y degradar los valores estéticos y artísticos, el propio arte y a quienes lo crean. En cambio, apoya y divulga obras y conceptos estéticos que sirven a la ideología dominante (1). Además es una máquina de hacer grandes negocios. El periodista Pepe Rei informa en su último libro sobre el interés de los grandes grupos mediáticos en la producción audiovisual y en el control del mercado musical (2). Hoy los productores de arte y cultura son asalariados del gran capital tal como ya lo planteaba Lenin: Vivir en una sociedad y no depender de ella es imposible. La libertad del escritor burgués, del artista, de la actriz, no es más que una dependencia disfrazada, dependencia respecto al corruptor y respecto al empresario. Y nosotros, socialistas, desenmascaramos esta hipocresía, arrancamos las falsas etiquetas no para obtener una libertad y un arte fuera de las clases (esto es sólo posible en la sociedad socialista sin clases) sino para oponer a una literatura pretendidamente libre, y de hecho ligada a la burguesía, una literatura realmente libre, abiertamente ligada al proletariado (3). El intelectual marxista peruano José Carlos Mariátegui ve así cómo quiere la burguesía al artista: La burguesía quiere del artista un arte que corteje y adule su gusto mediocre. Quiere, en todo caso, un arte consagrado por sus peritos y tasadores. La obra de arte no tiene, en el mercado burgués, un valor intrínseco sino un valor fiduciario (4). Theodorakis estima que es frecuente que bajo el capitalismo el artista tenga una percepción falsa de la realidad y busque un ascenso rápido, procurando ganarse un lugar en el mercado del arte a fin de vender lo más caro posible sus obras, que el capitalismo trata como una mercancía (5). El muralista mexicano y militante del Partido Comunista de su país, David Alfaro Siqueiros, uno de los pintores latinoamericanos más importantes del siglo XX afirmaba luchar contra un mundo intelectual hundido en la dispersión individualista de la búsqueda y la búsqueda hasta llegar al histerismo. Pero en muchas ocasiones a lo largo de la historia y particularmente en el siglo XX, artistas en solitario o agrupados de una u otra manera, se han planteado superar su individualismo y su vanidad y poner su arte al servicio de la oposición al poder establecido, al servicio de las clases sociales explotadas y oprimidas e incluso de la Revolución socialista. Los artistas y trabajadores de la cultura están, como toda la sociedad, divididos en clases antagónicamente enfrentadas entre sí, y en ocasiones se han comportado como miembros conscientes y activos de las clases oprimidas. Vamos a acercarnos un poco a las experiencias del arte comprometido con la Revolución socialista y con las causas progresistas en el siglo XX. No ha habido revoluciones hechas por artistas. Las revoluciones las protagonizan las masas populares y sus sectores de vanguardia, en general proletarios, bajo la dirección de partidos revolucionarios, en general comunistas. Es lo que el gran poeta comunista peruano César Vallejo recuerda al surrealista francés Breton en 1930: en el marxismo el papel de los escritores no está en suscitar crisis morales o intelectuales más o menos graves o generales, es decir, en hacer la revolución por arriba, sino, al contrario, en hacerla por abajo. Breton olvida que no hay más que una sola revolución: la proletaria, y que esta revolución la harán los obreros con la acción y no los intelectuales con sus crisis de conciencia (6). Sin embargo los artistas e intelectuales sí han jugado un papel importante en la preparación del terreno ideológico. En la difusión de unos nuevos valores emancipadores que aspiraban a sustituir a los viejos valores caducos defensores de un orden injusto y una clase explotadora. Es lo que cree el cineasta comunista español Juan Antonio Bardem: El cine siempre puede ayudar a hacer la revolución (7). La Revolución Soviética, una fiesta para el arte Un caso importante es la vanguardia artística rusa de comienzos del siglo XX. A partir de 1908 Rusia es el mayor centro de la cultura abstracta y de la elaboración teórica sobre el arte. Los artistas de vanguardia buscan nuevas formas de expresión y confluyen con la revolución política que dirige el Partido Bolchevique en 1917.
Los principales artistas apoyan activamente tal Revolución. El poeta Vladimir Maiakovski, proveniente de la corriente futurista y considerado uno de los más grandes del siglo XX, declaró: Ante mí no se planteó la cuestión de aceptar la Revolución o no aceptarla. La Revolución es mía. En enero de 1918 los artistas más destacados como el creador de la corriente pictórica del suprematismo Casimir Malevich, Kandinski, Vladimir Tatin, el principal fotógrafo de la vanguardia y gran pintor Alexander Rodchenko, A. Drevin y otros asumieron la presidencia del recién formado departamento de artes plásticas del Comisariado del Pueblo (que es como llama la Revolución a sus nuevos ministerios) de Instrucción Pública. De 1920 a 1930 Rodchenko es uno de los organizadores de las facultades artesanales en la Escuela Superior Artística Técnica en Moscú. Maiakovski y Rodchenko crean un sistema de periódicos murales hechos a mano y fundan una agencia publicitaria al servicio de la construcción de la nueva sociedad. Las mujeres pintoras revolucionarias se ponen también al servicio de la Revolución: Alexandra Exter comienza a diseñar escenografías de los ballets de Moscú y trabaja en el Teatro del Pueblo, Liubov Popova hizo cerámicas y decorados teatrales, dibujó estampados y diseños para vestidos, Natalia Goncharova aclamó la Revolución desde París, etc. Esta vanguardia produjo un cineasta universal que aporta innovaciones explosivas al lenguaje del cine: Serguei Eisenstein cuyas películas La Huelga (1924), El Acorazado Potemkin (1925) y Octubre (1927), entre otras, fascinan a los directores de Hollywood que se basan en ellas para sus propios trabajos. Se produce un debate en la dirección revolucionaria sobre la conveniencia o no de crear una cultura proletaria y considerarla cultura oficial del Estado. El comisario del pueblo para la Instrucción Pública Lunacharsky, Bogdanov y Bujarin defienden esta tesis mientras que Lenin y Trostky se oponen. Lenin se opone a la creación de una cultura proletaria de laboratorio y es partidario de considerar y valorar el patrimonio artístico acumulado por la sociedad. Incluso frente a las manifestaciones extremistas que propugnan la destrucción del patrimonio cultural anterior a la Revolución por considerarlo burgués, el Partido Comunista declara el 1 de julio de 1924 que es contrario a la actitud ligera y despectiva frente a la vieja herencia cultural. La Revolución pone en contacto por primera vez a las masas de obreros y campesinos analfabetos con las muestras del mejor arte universal. El realismo socialista Hacia los años 20 la vanguardia artística culmina sus experimentaciones y da lugar a un nuevo lenguaje artístico que combina lo nuevo con lo tradicional. Durante los años 30 se le aplica al arte producido en la URSS la denominación amplia de realismo socialista. El intelectual marxista argentino Aníbal Ponce apoya una definición de esta corriente: El realismo socialista es la descripción verídica e históricamente concreta de la realidad en su desarrollo revolucionario; descripción capaz de entusiasmar al lector y de educarlo en el espíritu de la lucha y de la edificación del socialismo (8). El dramaturgo comunista alemán Bertold Brecht defiende de esta manera el realismo socialista: Realista quiere decir: que desvela la causalidad compleja de las relaciones sociales; que denuncia las ideas dominantes como ideas de la clase dominante; que escribe desde el punto de vista de la clase que dispone de las soluciones más amplias a las dificultades más grandes en las que se debate la sociedad de los hombres, que resalta el movimiento de evolución en todas las cosas; que es concreto en todo facilitando el trabajo de abstracción (9). Theodorakis defiende también el realismo socialista: En verdad, cuanto más realista fue la representación de la realidad objetiva, cuanto más armonizó con las leyes de la belleza y mayor fue su significado estético, tanta mayor proyección tuvo más allá de su tiempo. No es casual que las obras maestras de la antigüedad nos emocionen hasta el presente, porque en una obra auténticamente artística vemos la expresión de las contradicciones artísticas del propio artista, con su dinamismo y sus conflictos, sus valores y sus ideales (10). Contra esta concepción se levanta el ex dirigente soviético Trotsky que además de calumniar el arte producido en la URSS se dedica a defender la libertad plena del artista sin plegarse a ninguna directiva externa: todo está permitido en el arte (11). Es un llamamiento contra el compromiso revolucionario que obviamente convenía muy bien a la vocación individualista e incluso vanidosa que esconde muchas veces el artista. Además es un rechazo a la necesidad de elaborar una teoría artística que sirva de cuadro general al trabajo de los artistas. La concepción antagónica al concepto de arte independiente y no comprometido, sumiso, apolítico, comercial y acrítico que propugna la burguesía es defendida por el compositor soviético Serguéi Prokófiev cuando dice que un creador -poeta, escultor o pintor- debe servir al hombre y a su pueblo. Está llamado a embellecer la vida del ser humano y defenderla. Está obligado, ante todo, a mantener el espíritu cívico en su arte, a glorificar la vida y conducir al hombre hacia un futuro luminoso (12). El realismo socialista influencia muchas corrientes artísticas y muchas obras en todo el mundo: está presente de una manera u otra en las novelas Tungsteno del peruano César Vallejo, Los Albañiles del mexicano Vicente Leñero, la trilogía Los Subterráneos de la Libertad y la novela Carlos Prestes, Caballero de la Esperanza del brasileño Jorge Amado, Camarada de Humberto Salvador, la Escuela Mexicana de Muralistas de David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Diego Rivera y Rufino Tamayo, la escuela cubana de paneles y carteles, la Nueva Canción Chilena, la obra de teatro El Camarada Oscuro de Alfonso Sastre, la película Novecento de Bernardo Bertolucci, la serie de 4 volúmenes El Don Apacible del Premio Nobel de Literatura en 1965, el soviético Mijail Sholojov, ... El impacto internacional del realismo socialista Bajo la
influencia del realismo socialista soviético y del compromiso
del Arte con la Revolución socialista surgen numerosas escuelas
y corrientes de arte revolucionario. El periodo republicano español
es particularmente intenso: El gran pintor y cartelista valenciano Josep
Renau, militante del Partido Comunista de España (PCE, a no confundir
con la penosa organización socialdemócrata que ostenta
en la actualidad la misma sigla) funda en 1933 la Unión de Escritores
y Artistas Proletarios (UEAR) junto a A. Gaos, F. Carreño y otros.
El poeta militante también del PCE Rafael Alberti y la poetisa
María Teresa León publican el 1 de mayo de 1933 la revista
Octubre que incluye textos de César Arconada, Manuel Altolaguirre,
Ramón Sender y otros, además del mismo Alberti. Los artistas
revolucionarios buscan el contacto y la comunicación directa
con los obreros como ocurre en la URSS. En el Ateneo de Madrid Alberti
y su grupo organizan una exposición de pintores como Cristóbal
Ruiz Arteta, Barral, Alberto, Darío Carmona, Miguel Prieto, invitando
expresamente a grupos de obreros a venir a contemplarlos. De esta relación
surgirá el que estos pintores produzcan los futuros carteles
de las organizaciones obreras revolucionarias y los dibujos para sus
publicaciones. En Madrid se crea otra Asociación de Escritores
Revolucionarios que organiza coros obreros y una orquesta proletaria.
Cuando estalla la sublevación fascista contra la República
un poderoso movimiento cultural se compromete militantemente en su defensa. La lucha de clases en el terreno del arte y la cultura Ahora se conoce con detalles la contraofensiva lanzada por el imperialismo y sus servicios secretos para contrarrestar la influencia enorme que en los pueblos del mundo conquistaron las concepciones estéticas marxistas de los artistas comprometidos. Se ha descubierto que el servicio secreto británico financió al escritor troskista inglés George Orwell, antiguo policía colonial en Birmania, que en mayo de 1947 tomó parte en Barcelona en los combates contra el PSUC y las fuerzas republicanas y se hizo famoso con sus libros The Animal Farm y 1984. El Information Research, servicio del Foreign Office (Ministerio de Asuntos Exteriores británico), fue quien le apoyó para escribir artículos anticomunistas y elaborar listas de periodistas e intelectuales comunistas a los que denunciar (14). La CIA norteamericana invirtió muchos millones de dólares en financiar a los artistas reaccionarios defensores de la concepción burguesa del mundo y deseosos de servir a sus amos capitalistas. Fue este servicio de espionaje quien financió un llamado Congreso por la Libertad Cultural, activo de 1950 a 1967, y a artistas como el pintor abstracto Jackson Pollock, el músico Nicolás Nabokov, el escritor Arthur Koestler, el filósofo Isaiah Berlin, el historiador republicano español exiliado Salvador de Madariaga y el compositor Igor Stravinski (15). La gran burguesía no dudó en expresar sus gustos estéticos en función de su interés de clase. Así, Nelson Rockefeller definió la corriente artística de Pollock como la que mejor representa la libertad de empresa. La CIA financió revistas como Mundo Nuevo editada en París para el mundo latinoamericano, Encuentros para el mundo anglosajón o Preuves en Francia, organizó conferencias, concedió premios, manipuló infructuosamente para evitar la concesión del Premio Nobel de Literatura al escritor comunista chileno Pablo Neruda y promocionó a mediocres como Arthur Koestler. Toda esta contrarrevolución cultural evidencia la gran importancia que la burguesía imperialista atribuye al frente cultural. Según Mario Benedetti al imperialismo le preocupa la libertad del escritor porque esa preocupación le sale barata. No le desvela en cambio la libertad de la clase obrera, la del estudiantado, ni mucho menos la del pueblo todo, porque ese desvelo le saldría caro. La libertad del escritor es un buen negocio, porque alcanza a neutralizarlo; para ello los Estados Unidos invierten ínfimos saldos de sus célebres fundaciones en becas, premios y congresos (16). Evoluciones del arte comprometido La disolución de la Internacional Comunista y el revisionismo que se instaló en la URSS llevaron al fin del realismo socialista pero no al fin del compromiso anticapitalista de numerosos artistas y trabajadores de la cultura que han seguido realizando valientes aportaciones a la causa de la Revolución socialista o cuando menos de la Humanidad amenazada por el imperialismo y su derivaciones como la guerra y el fascismo. Incluso en los Estados Unidos han trabajado en difíciles condiciones cantantes comunistas como Woody Guthrie, que defendía con sus canciones a los pobres y a los oprimidos y a los campesinos arruinados, el militante del Partido Comunista norteamericano Paul Jarrico que fue candidato al Oscar por el guión de la película Tom, Dick and Harry en 1941, el escritor y guionista de cine Dashiell Hammett encarcelado durante varios años. Hoy escribe en ese país el poeta, novelista y dramaturgo Amiri Baraka que afirma: Me he convertido en comunista mediante la lucha, la intensidad de una pasión concretada... Continúo considerando el arte como un arma y un arma de la Revolución. Pero hoy defino la revolución en sentido marxista. Gracias
a las revoluciones nacionales y antifascistas que tuvieron lugar en
Europa central y del Este de 1944 a 1948 surgió una serie de
países socialistas en los que se pusieron en práctica
las concepciones marxistas del arte y la cultura. En 1948 se celebró
en Wroclaw (Polonia) el Congreso de Intelectuales en el que participaron
Pablo Picasso, Irene Joliot-Curie, Aimé Césaire, Paul
Eluard, Jorge Amado, Ilía Ehrenburg, Jaroslaw Iwaszkiewicz y
otros destacados ciudadanos de 43 países. La preocupación
del congreso era prevenir una nueva guerra lanzada contra el naciente
bloque socialista. Hoy, el conjunto de luchas democráticas y revolucionarias que se enfrentan a un sistema capitalista más reaccionario y agresivo que nunca, requiere de la participación activa y entusiasta de los artistas y los trabajadores de la cultura desde su oficio. Es necesario oponer a la cultura imperialista y burguesa el arte vivo, el arte progresista, que tiene su origen en el pueblo y está ligado a él, que contribuye al desarrollo cultural de las masas en una dirección antiimperialista y antimonopolista, y constituye un importante factor en la lucha por la transformación socialista de la sociedad (17). Pero las organizaciones revolucionarias que deben encauzar y orientar esta lucha cultural o han sido liquidadas o son incapaces de asumir el desarrollo de un activo trabajo cultural. Es una gran tarea pendiente que habrá que abordar. Bibliografía: - ARCQ
(Annelise), Lart comme projectile politique, Solidaire,
nº.25, junio 1996, Bruselas. NOTAS 1 Mikis
Thedorakis, Por un arte al servicio del progreso, Revista
Internacional, nº 1, 1984, Praga, p. 28. |