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La Virgen de los Sicarios

Un bello poema de amor en clave de tragedia

Por: Alberto Vasco Uribe


Se trata de una película de hombres. Sólo aparecen dos mujeres: al principio la virgen y al final la madre. Creo que eso significa que, al menos en esta tierra paisa las vírgenes son madres, como lo fue la de Jesús, y no únicamente de él, y sobre todo las madres son vírgenes, quizá en el sentido de ignorar para qué engendraron.

Pero el hecho de ser una película en donde los protagonistas son físicamente del sexo masculino, no debe extrañarnos, pues en realidad somos una sociedad homosexual, en la que el contacto entre hombres y mujeres se hace sólo en la cópula y poco más. El resto de nuestras vidas transcurre entre hombres o entre mujeres. No somos todos maricas de milagro, aunque en el fondo todos somos un poco gays y todas un poco lesbianas. Sin embargo es una película en la que lo femenino está presente encarnado en el amor. Un amor entre hombres, pero con los mismos lazos, similares afectos y comunes  dolores de todos los amores.

Parece una historia normal. Una cita fortuita, un adulto mayor con un joven adolescente, el eterno Tassio de Muerte en Venecia, una convivencia difícil, un final súbito y el principio de un nuevo amor.

La historia se empieza a tornar en universal cuando Fernando, ya confundido por su propio discurso, tan irreverente como familiar, se ve envuelto en la misma racionalidad de su amante. Digo familiar pues ¿quien no ha hablado mal del presidente, ha despotricado contra la iglesia y ha pensado que el mismo dios se equivocó al quitarle su hijo, su mujer o su amante? No es pues la irreverencia de Fernando lo que es importante. Lo es el hecho de la práctica de su experiencia cuando al lado de su discurso pacifista, comienza a ver que algunas muertes evitaron la suya. Por eso vacila y reniega, pero le compra, o mejor le consigue con un oficial conocido, más balas a su amigo que lo defiende hasta del ruido que lo mortifica. Este proceso de universalización de un tema cotidiano, llega a su clímax en aquella tremenda escena en la cual, lleno de odio contra el asesino de su amante, antes de dispararle, le pregunta "¿por qué?" Y la respuesta desvela los misterios ya planteados en las tragedias griegas y que, paradójicamente lo lleva a soltar el arma y rendirse ante el dolor y la impotencia.

Se podrá pensar ingenuamente que la tragedia consiste en la gran cantidad de asesinatos que se ven en la pantalla y que a muchos les parecerán demasiados aunque todos sabemos que son pocos. Pero esa no es la tragedia. Es sólo el resultado de la tragedia.

Debemos buscar la tragedia, no sólo en el conflicto personal del protagonista, sino en el particular entorno en el que ella se escenifica. Una ciudad llena de iglesias, algunas de ellas muy bellas, que expresan un discurso cristiano indisolublemente ligado a la terrible realidad, en donde adquiere sentido aquella escena en la que el joven sicario, acostumbrado a matar sin saber por qué, es incapaz de matar un perro moribundo, triste parodia de lo que ocurre en la ciudad entera, donde se va a misa los domingos y se admira al Papa, al mismo tiempo que se financia el paramilitarismo, y se desprecia a quienes piensan diferente como si fueran de otra especie. Esa ciudad con su coloridos y súbitos atardeceres y sus impresionantes luces en la noche, donde con su connivencia y financiamiento se asesinó a Héctor Abad, a Leonardo Betancur, a Pedro Luis Sánchez, a Jesús María Valle, a Hernán Henao y un largo etcétera con demasiadas víctimas anónimas -que yo pensaba que tenía clavadas en el alma, pero que resultaron estar enredadas como un cáncer en el colon- "Es que siempre pensaban y decían cosas un poco raras" me decían mientras me daban la condolencia por mis amigos.

Un fantasma, el personaje del Difunto, se mueve con naturalidad en todo el ambiente. Como sacado de un cuento de Tomás Carrasquilla, nos recuerda con el maestro, que desde hace rato siempre estuvimos dispuestos a venderle el alma al diablo y por eso Peralta se la juega a los dados con la muerte, o mejor con el difunto. Hoy podemos comprobar que no siempre se gana.

No es pues una película, y no lo es la novela, sobre los sicarios de la bella ciudad de Medellín. Es una diatriba sobre y contra el sicario y el guerrero que todos llevamos dentro.

La película emociona, da rabia, conmueve y entristece, pero quien lo creyera, termina planteando una salida, un camino aunque no un final -Fernando Vallejo no me volverá a hablar y lo negará a gritos-. Pero pienso que la idea de preguntar ¿por qué? antes de actuar, de matar, de pensar en matar o de mandar matar, y de escuchar al menos una respuesta y pensar acerca de ella, por terrible que sea, es un principio.