La segunda vuelta electoral en Colombia
Alberto Pinzón Sánchez
A fines del 2000, cuando Álvaro Uribe, de la mano con Mancuso y Castaño, comenzó su “marcha parda” desde su finca del Ubérrimo hasta la presidencia de Colombia, el poder imperial de los Estados Unidos, dominado por el “conservador” Partido Republicano, acababa de elegir a George Bush como su presidente, quien aliado con el inglés Tony Blair y el español Aznar, se disponía a pasar a la ofensiva internacional (en todos los aspectos) con la consigna genocida de la guerra contra el terrorismo o, mejor, de sangre por petróleo.
En Colombia, el presidente Pastrana preparaba las condiciones del ascenso de Uribe, reformando y rearmando al ejército colombiano, bajo el esquema totalmente estadounidense del Plan Colombia, y embaucaba al pueblo colombiano con un simulacro de negociación con la guerrilla con el modelo fallido de “negociar en medio de la guerra”, lo cual presuponía necesariamente su fracaso y le permitió durante todo el tiempo chantajear la negociación: “Si la negociación se rompe, decía, les quito el estatus político que les he otorgado a las FARC, los declaro terroristas y serán derrotados política y militarmente muy pronto”.
Paralelamente el Partido Liberal dirigido por “caimacán” antioqueño Luis Guillermo Vélez (posteriormente fundador del Partido de la U )junto con el energúmeno cacique liberal Vargas Lleras, iniciaban una ofensiva política en los medios de comunicación y en el parlamento colombiano, tendiente a romper la famosa zona del Caguán, siendo secundados militarmente en todos los puntos limítrofes de esta zona, por las “unidades delta” del Ejército Nacional recientemente reconstruidas y muy bien apoyadas por sus respectivos paramilitares.
La ruptura de las negociaciones (en plural) no demoró, y Uribe Vélez, bien asesorado internacionalmente (incluso por el renegado salvadoreño Joaquín Villalobos, profesor de guerra contrainsurgente en Inglaterra), inició su golpe de opinión hacia la toma completa del poder. El candidato liberal Serpa Uribe, enfrentado en la segunda vuelta electoral a Uribe, confiando en la lealtad de los caimacanes y caciques liberales de su partido, pero, más que todo, confiando, como solía repetir, en la “imperfecta” democracia colombiana, no alcanzó a valorar o tal vez sí (sólo él lo sabe) la combinación perfecta de proselitismo armado paramilitar más fraude electoral que le iría a dar a Uribe Vélez la credencial de presidente de los colombianos.
Luego vino el manto protector de Bush, Blair y Aznar a la democracia colombiana, que acababa de elegir a un hombre providencial para derrotar el terrorismo en Colombia y la lluvia de dólares en inversiones, préstamos, privatizaciones, etc., empezó a caer sobre el cielo de Colombia junto con el glifosato mejorado y las bombas racimo. “Las bajas nuestras serán igual a cero, dijo el Pentágono, mientras las del enemigo serán miles”, y así la verdad, como suele suceder, se convirtió en la primera víctima de la guerra contra el llamado narcoterrorismo colombiano.
Hoy, después de diez años largos y cruentos, el panorama exterior de Colombia se ha movido un poco y el interior ha cambiado totalmente: en lo exterior, el imperio estadounidense ya no está a la ofensiva: económica, política y ambientalmente enfrenta una prolongada y profunda crisis financiera internacional extendida hoy a Grecia, que ha golpeado y cuestionado seriamente su hegemonía mundial. También ha sido víctima de una extraña y catastrófica revancha de la naturaleza, derivada de sus gigantescos depósitos submarinos de petróleo construidos en el Golfo de México, lo que han contribuido al enrarecimiento social. Y militarmente, el “pan comido” (piece of cake) que se suponía era la guerra en los países centroasiáticos del taran tan tan (Kurdistán e Iraq, Afganistán, Beluchistán, Pakistán e Irán) se les ha atragantado peligrosamente.
En Colombia, internamente, asistimos al enorme desastre (en todos los aspectos imaginables) pero principalmente en la legalidad y legitimidad del régimen de la «seguridad democrática» de Uribe Vélez y al nudo de contradicciones sociales y políticas en las alturas del poder sacado a flote después de la sentencia de la Corte Constitucional adversa a una tercera elección suya, que inició formalmente la campaña presidencial actual. Tampoco están a la ofensiva, ni política, ni económica, ni socialmente. La iniciativa parece ahora estar en manos de las clases medias golpeadas que piden legalidad, y de los trabajadores que exigen trabajo y salud en las calles y vías de Colombia.
Y el informe de la Cruz Roja Internacional, dado este 26 de abril pasado en Ginebra por Christophe Beney sobre el conflicto armado y social colombiano muestra que tampoco militarmente tienen la iniciativa: “Lo que vemos hoy, quizás entre el fin del 2009 y el principio de 2010, es que las FARC en tanto grupo guerrillero se adapta de forma dinámica y tiene de nuevo una capacidad, como vemos en estos dos o tres últimos meses, para continuar siendo un actor importante del conflicto armado”.
Sin embargo, la clase dominante en Colombia (bastante bien caracterizada) no está derrotada, sino que conserva intactos todos los grandes recursos del poder para controlar su afán momentáneo y enfrentar a los ilusos o ingenuos con buenos propósitos (no se sabe todavía), quienes como en el 2002 creen en otro triunfo electoral sencillo, y en una entrega fácil del poder de Uribe Vélez a un elegido distinto a su escogido Juan Manuel Santos. Los jesuitas, maestros en estas materias, dicen que “el camino al infierno está empedrado con buenas intenciones”
A pesar de tener ojos bien grandes, los ilusos no han querido ver que la estrategia política y electoral oligárquica consiste exactamente, como en las anteriores elecciones fraudulentas, en construir un escenario virtual para una segunda vuelta electoral, tal y como lo están haciendo con la guerra mediática de encuestas que todos los días nos muestran. Pasada la primera vuelta electoral y repartido el rico botín de las reposiciones de votos, viene la verdadera encuesta de las cajitas de cartón llamadas urnas.
Por ejemplo, Noemí, como ya está pactado en la convención conservadora recientemente realizada, se retirará dejando al clon Arias como jefe del Partido Conservador con toda su clientela electoral y burocrática, para que adhiera a «Chucky» Santos. El energúmeno Vargas Lleras junto a Pardo (el oficioso de los dos Gavirias, Cesar y Aníbal), quienes sin ninguna duda saben contar el vil metal sin el cual se pasa mal, finalmente harán lo mismo con sus maquinitas electorales bien aceitadas.
Mientras que la llamada ola verde del turulato Mockus (o perfecto idiota lituano-americano como lo describió el “gremlin” Apuleyo Mendoza), quien no posee maquinaria electoral ni registradores a su servicio, también después de las reposiciones monetarias por los votos logrados, recibirá ciertas adhesiones de miembros de otros partidos “compatibles” con su ideario neoliberal, atrapados como están en la dinámica del voto útil que ha impuesto la polarización favorable a los dominantes, pero que no le alcanzarán para ganar.
No creo (aunque no lo descarto) un atentado como los de Pardo Leal, Jaramillo o Galán para sacar del camino al “caballo discapacitado de Uribe”. Primero porque su neoliberalismo es funcional a un grupo “legalista de ultima hora” de la oligarquía (Hommes, patronato antioqueño, Fadul, Peñalosa, entre otros). Segundo por las razones expuestas arriba de que las cosas han cambiado afuera y adentro de Colombia y ya no están a la ofensiva para cubrir una acción de ese tipo. Y tercero, porque para derrotar la alianza fascista Uribe–Santos y restablecer un mínimo de legalidad o legitimidad en Colombia, se necesita “algo más” de una ola verde de opinión legalista. Herramienta política que aún no aparece, refundida en la bobería insulsa de una polarización electorera emocional sin contenido, en la cual los dominantes tienen todas las de ganar.
me aprece una pichurria hp antanas mockus